martes, 20 de octubre de 2009

EL PENSAMIENTO POLÍTICO DE D ANDRÉS BELLO *


Señor Decano de la Facultad de Derecho y Presidente de la Intenational Law Associaton, doctor Ricardo Balestra; señor Secretario del Instituto Argentino Chileno de Cultura, doctor Gonzalo Pereyra de Olazábal; señoras, señores, amigos; constituye para mi un alto honor dirigirme a un público tan selecto con la finalidad de evocar la figura de Don Andrés Bello, aquel ilustre caraqueño, que naciera como un español en América y que, cuando los vientos de libertad llegaran a las costas de nuestro Continente, se constituyera en uno de los arquetipos del patriota americano.

Deseo agradecer: a las instituciones convocantes la confianza depositada en quien les habla; las palabras inmerecidas de quien me presentara, doctor Isidoro Ruiz Moreno, maestro y amigo; al Prof. Enrique Zuleta Álvarez, quien me introduciera en el estudio de la personalidad y obra de este genio; y la presencia de todos y cada uno de Ustedes.

Centraré esta disertación en los aspectos más destacables de su formación y de su vida pública, vinculados a la política, en la idea de revitalizar la valoración de este político imperecedero y gran estadista, que destacó en su tiempo por la búsqueda del equilibrio entre el orden y la libertad.

Vivimos tiempos de cambio, signados por la incertidumbre, por la confusión, tiempos que requieren de ideas claras, de liderazgos, de compromiso de los intelectuales con la cosa pública, de referentes…. Es hora de buscarlos en la Historia, no olvidemos que, como manifestara Antonio Millán Puelles, cito: “La Historia no se ocupa realmente del pasado. De los hechos se ocupa la Historia en la medida en que nos son totalmente pasados, sino, que de algún modo, perviven en el presente. De ahí la teoría de la “acumulación histórica”.

En cada hecho histórico gravitan todos los anteriores. La diferencia entre lo histórico y lo pasado reside en que lo histórico constituye un pasado excepcional que de alguna manera sobrevive. Todo pasado que no penetra y se acumula en el presente no es un pasado histórico, sino un puro pasado. Tiene por ello todo pasado histórico una cierta virtualidad y permanencia, a la que Linder epigráficamente define “como la obra viva de los hombres muertos”.[1]

Los primeros años del siglo decimonónico en Hispanoamérica, también eran inciertos, pero nuestros prohombres supieron ver en las tinieblas y accionar en consecuencia, tallando cual cincel en manos de un escultor de excelencia, el marco americano y nacional de las nuevas repúblicas, paridas por el ya agonizante Imperio Español. Uno de ellos fue Don Andrés Bello, estamos convencidos que su pensamiento y acción, han pervivido y hablan a nuestro tiempo.

Como tantos hombres de las primeras generaciones americanas, sostiene el Prof. Zuleta Álvarez, Andrés Bello vio a nuestras patrias como los territorios hermanos de una gran familia, unida por fuertes lazos de sangre, religión, idioma, historia y cultura. Como todos ellos sentían y servían a sus patrias nacionales, pero con la clara idea de que existía una realidad mayor que los aglutinaba en un espacio político y espiritual común: Hispanoamérica.[2]

Creemos que este hombre superior, mediante la fuerza de su intelecto y su acusada laboriosidad, logro distinguirse en la vida pública de su época, trascendiendo la misma por lo que hizo e intuyó. Desde este punto de vista, sería válido al considerar su obra política, aquello que Russel Kirk expresara sobre Edmund Burke, “descubrió – como le sucedió a Cicerón – que la carrera del estadista puede proporcionar temas y ocasiones que permiten el desarrollo de una imaginación moral y del genio literario”.[3]

Fue esa rara combinación de hombre político, que es al mismo tiempo hombre de letras y de esclarecido pensamiento, pensador realista y prudente, vigilante por la pervivencia de las cosas permanentes y abierto a las ideas y realidades de su tiempo. Un pensador, profundamente vinculado a los problemas de la historia y de la vida y que, por lo tanto, no puede conocerse íntegramente sin un análisis de sus ideas sociales y políticas.

El análisis de su obra refleja equilibrio espiritual y su integral sabiduría. Prototipo de hombre equilibrado; de entendimiento ágil y claro; de memoria robustecido por un intenso ejercicio; de sensibilidad exquisita, pero sujeta siempre a la recta razón; de voluntad serena y conciente.

La clave para entender a este genio, radica en su formación, y en el conocimiento de las circunstancias que rodearon su existencia, las que por su dureza forjaron su carácter.

Si bien su formación, como la de cualquier intelectual fue permanente - y, en este sentido podríamos aseverar que la suya comenzó en años de su niñez caraqueña, allá en la articulación de los siglos XVIII y XIX, de la mano del fraile mercedario D Cristóbal de Quesada, finalizando con su muerte el 15 de Octubre de 1865 en su Patria de adopción: Chile - para su mayor comprensión podríamos rastrearla en las tres etapas de su vida: la caraqueña, la de las islas de John Bull y la chilena.

Esos trazos de su vida ponen de relieve diversas facetas – las que siguiendo el discurrir de Don Rafael Caldera - podríamos esquematizarlas como: de el hombre, el filósofo, el artista, el crítico, el filólogo, el pedagogo, el jurista, el sociólogo, en extrema síntesis diremos: la del sabio.

Vamos a poner énfasis en una de ellas, no encuadrada en la misma, pero que a nuestro criterio las comprende a todas, la del político.

En esta inteligencia, se visualiza que los cimientos de su personalidad fueron abonados por una férrea formación liberal, aspecto que no le impidió mantenerse abierto a las ideas de su tiempo. Esto es, el estudio de naturaleza humana y deducir así de ella un núcleo restringido de conceptos absolutos e inmutables, pero reconociendo que el ancho mundo intelectual es objeto de constante evolución.

La etapa caraqueña

En Caracas se echan las bases de su sólido humanismo, crece y madura una visión americana del mundo.

Fue, como toda humanista, un lector omnívoro. Se cuenta, nos relata Don Rodríguez Monegal, que a los once años reunía las pocas monedas que estaban a su alcance para comprar, en una tienda de Caracas, las Comedias de Calderón de la Barca, publicadas en cuadernos; las que no sólo leía si no memorizaba para declamarlas a su madre.

Su formación clásica se depura y perfila en los principios fundamentales de la filosofía. La formación recibida en su terruño, traza rasgos imborrables que lo acompañarán durante sus 84 años de vida.

Su formación sistemática se encauzaría por influencia de fray Cristóbal de Quesada, quien lo inició en los estudios clásicos, y lo familiarizaría con la poesía latina, la que daría disciplina a su propia obra y una elegancia de dicción que no abundaba en la poesía hispanoamericana. Quesada fue un maestro que procuró siempre, más que acumular conocimientos en la mente del niño, poner en ejercicio su entendimiento, de observar, de ordenar por sí mismo los conocimientos.

A través de Don José Antonio de Montengro, su segundo maestro, adquirió un conocimiento profundo del griego.

Realizó una carrera universitaria llena de distinciones, la que redundaría en la obtención, del primer puesto en el concurso al grado de Bachiller en Artes; y si bien cursó estudios de derecho, no alcanzó el título pertinente, en razón de no atraerle las tareas propias del foro.

Pero el interés por el estudio de la jurisprudencia, basado en su aprendizaje de Caracas, lo llevó a acumular un caudal de ciencia jurídica capaz de dictar soluciones en todas las ramas del derecho. Aspecto que queda cláramente reflejado en su estadía en Chile, a través de las clases que dictara sobre diversas disciplinas del orden jurídico; de su participación principalísima en la vasta obra legislativa de esos tiempos; de su actuación en el desempeño del cargo de Oficial Mayor del Ministerio de Relaciones Exteriores; y en sus obras centrales vinculadas a esta Ciencia: El Código Civil y Los Principios del Derecho Internacional.

Trabó amistad, pese a los once años que los separaban, con el barón Alejandro von Humbold, en ocasión que el sabio alemán visitara Caracas en 1799; lo que lo familiarizó con otras ciencias e incentivó su espíritu indagador.

Bajo la protección de un amigo de la familia, don Luís Ustariz, y a sus instancias, estudió francés e inglés; colaboró junto al mismo en la revista El Censor Americano, destinada principalmente a defender la causa de la Independencia americana; y por intermedio del mismo Ustariz, accedió por concurso a la administración pública colonial; los diversos roles que cubriera sucesivamente – en la Secretaría del Capitán General y en la Junta Central de Vacunas - le dieron una sólida experiencia en asuntos políticos y sociales y, un prestigio, que motivó que cuando se produjeran los hechos que llevaron a la constitución del Gobierno Revolucionario de Venezuela, aquel Jueves Santo del 19 de abril de 1810, fuera convocado para organizar la Secretaría de la Junta.

Poco tiempo después es designado - en calidad de agregado - a una comisión diplomática, integrada por Simón Bolívar y Luís López Méndez, cuya finalidad era obtener de Inglaterra, tanto el reconocimiento de la Junta Venezolana, como el auxilio militar y económico. El rumbo político de su Patria marcaría su destino y nunca más volvería a ver su amada Caracas.

La etapa londinense

Los años de nuestro autor en Londres fueron de intensos estudios y trabajos, signados por la esperanza, donde acreditó sus condiciones natas de negociador y aprovechó intensamente el medio cultural de la Inglaterra de esos tiempos. Salones literarios, bibliotecas y museos fueron su hábitat cotidiano, lo que le permitió forjar un programa de formación cultural que llevó adelante con tenacidad y vigor.

En las magníficas bibliotecas públicas del British Museum y la London Library, leyó los clásicos griegos y latinos, y dispuso de impresos y manuscritos de extraordinario valor para sus estudios filológicos.

Los fundamentos de su concepción del sistema constitucional, el que sostendría vigorosamente en Chile, lo abrevó de la fuerte influencia del ambiente político y espiritual de Inglaterra.

Serán diecinueve años de nuevas experiencias, signadas de duras luchas y amarguras, de privaciones y pobrezas, de deleites intelectuales y estéticos, de amores, sueños y proyectos..., de empleos irregulares y mal remunerados, de trabajos discontinuos, de trato cotidiano con destacadas figuras políticas e intelectuales, americanas y europeas de la época.

Junto a Juan García del Río, Bello participó en la edición de dos grandes revistas destinadas a los pueblos del Nuevo Mundo: la Biblioteca Americana (1823) y el Repertorio Americano (1826 - 27). Ambas publicaciones incluían trabajos de investigación, creación, crítica y divulgación científica y literaria sobre toda clase de materias que podían interesar a América.

Uniendo literatura y política, no podemos dejar de considerar, dentro de este período, la redacción de sus célebres Silvas Americanas, las que introducen nuestra tierra y la gesta de la independencia, como gran tema poético en la literatura universal; o su Alocución a la Patria, un texto que constituye un verdadero manifiesto político y literario.

El Romanticismo lo influyó directamente, Enrique Zuleta Álvarez enfatiza que nuestro autor “tomó contacto con este vasto movimiento literario e intelectual, en su versión inglesa, la que por la calidad de sus representantes y obras, se constituía quizá en la más valiosa, conjuntamente con la alemana; el que con su manifestación del descubrimiento de lo nacional, de lo típico, del paisaje y de la intimidad psicológica, dentro de un complejo de ideas y sentimientos, suministró a Bello elementos que enriquecerían su actitud cultural; sí bien permaneció clásico en su veneración por el orden tradicional, que para él era la mejor garantía del progreso cultural y social.”.[4]

El aporte del Romanticismo significó para Bello de radical importancia para la dilucidación cabal de su pensamiento político, pues mediante el mismo descubrirá una realidad propia: la americana, la que se constituirá en el tema troncal de su vida y obra, incorporando, como expresara Ulsar Pietri[5], “la literatura a la vida social, al proceso histórico, a esa ley de progreso, a la política, al movimiento general de la colectividad humana, y no como cosa excluida, aparte, inerte, pieza de museo, sin reflejo ni actividad sobre lo viviente que la circunda.

Actitud que debe, indefectiblemente, comprenderse en el marco de otro gran tema de Bello: el conflicto entre su raíz americana y su devoción por las formas superiores de la vida y cultura europeas. Esa tensión anímica durará toda su vida y, su pensamiento, asumirá esa grave responsabilidad, definiendo constantemente la posición más apropiada para su gente en tiempos de incertidumbre, donde América y Europa, sin apartarse de su tronco común, irían perfilando una nueva personalidad.

La actuación de Bello como diplomático al servicio de las cancillerías de Venezuela, Colombia y Chile, tienen una impronta singular, ya que comienza actuar en otro plano, el de los intereses concretos de cada república; en un contexo de particularidades y problemáticas diversas, que presentaban un denominador común: escasos recursos financieros, información incierta e instrucciones demoradas por razones de distancia, lo que supera con clarividencia, prudencia y rigor, poniendo en evidencia sus dotes de consejero y eficaz diplomático, al asesorar a sus superiores jerárquicos con lealtad e idoneidad profesional. Los informes periódicos que produjera, en ejercicio de sus responsabilidades, ofrecen un panorama de la política internacional de su tiempo, a la vez que constituyen una verdadera historia política de la Europa moderna, en el lapso de su residencia londinense. Lo que revela su extraordinaria capacidad de análisis político.

Las circunstancias de los contínuos cambios en la situación política de su Patria, inciden en su situación económica familiar con carácter angustioso. Su prestigio, amistades cosechadas en su estancia londinense y el contexto histórico que enmarcaba los primeros tiempos de lucha por la independencia - donde no sólo no existía un claro sentido de la nacionalidad, sino que por el contrario, el sentimiento del criollismo hacía posible que cualquier criollo, por el solo hecho de serlo, pudiera ser útil a la causa americana - dieran lugar a que simultáneamente tres gobiernos requirieran de sus servicios profesionales: La Gran Colombia, las Provincias Unidas del Río de la Plata y Chile. Los caminos dictados por la Divina Providencia lo condujeron a Chile. La segunda etapa de su vida quedaba atrás, los frutos de la siembra caraqueña y londinense madurarían en Chile en forma de logros familiares, intelectuales y políticos.

Su ilusión de volver a su amada tierra caraqueña quedaría trunca para siempre, las consecuencias de la disgregación de la Gran Colombia lo impedirían.

La etapa chilena

Treinta y cinco años de su vida serían los que daría a la causa americana y, en especial, a la consolidación política, administrativa y cultural de Chile, aquella tierra a la que definiera Bolívar, en tiempos en que tardíamente quería rescatar a nuestro autor, como el país de la anarquía. Donde Bello daría testimonio de su servicio a esta joven nación a través de un verdadero magisterio, el que lo desarrollaría continuamente desde la cátedra, en el periódico y la vida pública.

Ni Irrisari, cuando en carta a O`Higgins, le manifestaba, cito: “de todos los americanos que en diferentes comisiones esos Estados han enviado a esta corte, es este individuo el más serio y comprensivo de sus deberes, a lo que une la belleza de su carácter y la notable ilustración que le adorna”; ni Don Mariano Egaña, cuando escribía recomendando a su Ministro de Relaciones Exteriores, a Bello, cito, expresaba: “Educación escogida y clásica, profundos conocimientos en literatura, posesión completa de las lenguas principales, antiguas y modernas, práctica en la diplomacia, y buen carácter, a que da bastante realce la modestia, le constituyen, no sólo capaz de desempeñar muy satisfactoriamente el cargo de oficial Mayor, sino que su mérito justificaría la preferencia que le diera el gobierno respecto de otros que solicitaren igual destino[6], se equivocaron, diríamos más, este hombre superior estuvo por encima de las expectativas despertadas en la dirigencia chilena sobre su persona.

Como Oficial Mayor en el Ministerio de Relaciones Exteriores fue, puede decirse, como expresara en un discurso en 1944, en Venezuela, el que fuera Canciller chileno Joaquín Fernández y Fernández, “el director de la política exterior de Chile”, el Canciller, manifestó este político “despacha todavía en el escritorio de Bello”. Y este es el índice de que sus directivas son todavía la base de la actividad del Despacho.

Como senador y como consejero de gobernantes fue el legislador por excelencia de la Nación, quien plasmara entre su labor relevante en el Congreso el Código Civil de la Nación hermana.

Su profusa producción periodística en el Araucano, constituyó una verdadera tribuna de enseñanza cívica, de cultura y de ciencias que trascendieron los límites de Chile.

Asevera Don Rafael Caldera, cito, que: “La actividad periodística, estímulo de gran parte de su producción escrita revela las características necesidades de América. Era un periodista para sus pueblos jóvenes que necesitaban instruirse sobre sus riquezas naturales, sobre su cultura, sobre su historia, sobre las grandes verdades difundidas en la humanidad. Así, primero redactor de la Gaceta de Caracas; luego en Londres, de la Biblioteca Americana y del Repertorio Americano, y después, perseverante redactor del Araucano, de Santiago de Chile, desde su fundación en 1830 hasta 1853, supo encarnar el papel del verdadero periodista, que como el orador de Grecia y Roma, tiene que dirigir y enseñar.[7] No podemos dejar de considerar en esta última analogía, la figura de Marcos Tulio Cicerón ese gran político conservador, estadista y administrador público de habilidad excepcional, hecho asimismo, como nuestro personaje, que transitara los últimos tiempos de la Respublica, en aras de salvar sus instituciones; con la salvedad que la intencionalidad de este patriota americano, radicaba en la creación y fortalecimiento de las instituciones republicanas de una nueva nación que despertaba a la vida.

Sus 35 años de acción en Chile fueron incoloros en la lucha política y un leal servidor del gobierno; al decir de Eduardo Plaza, cito, “el destino lo colocará en el puesto de consejero y asesor y no en el de actor principal hasta el fin de sus días[8] Un elocuente ejemplo de ello, lo podemos visualizar en los mensajes político administrativos de los titulares del Ejecutivo chileno, durante el período 1831 y 1852, incluidos en sus Obras[9], donde cláramente se trasluce el pensamiento político – adecuado a las realidades de su tiempo, visión de estadista al servicio y la organización mental que caracterizaba, al consejero y redactor de discursos presidenciales.

Desde esta situación vivirá la virtud de la prudencia en grado extremo, al tener en cuenta su condición de extranjero en una patria adoptiva, a la que debía dar más que definiciones políticas, un sistema de legislación y cultura. Donde su adhesión al gobierno era el fruto de sus convicciones, lo que no le impidió, que con franqueza intelectual, se sintiera libre de disentir, cuando respetando la opinión ajena, expresara la propia sin renuncias ni vacilaciones.

Resulta por demás interesante considerar, para entender cabalmente los objetivos que guiaban su accionar en ese País, la interpretación realizada por Roberto Muniaga Aguirre, cito: “Bello comprende que el País, como toda la América española, se mueve en un sistema de ideas tradicionales que no es posible cambiar en tres días, (…) reconoce el hecho de que hay un determismo económico que limita las posibilidades culturales de las clases menesterosas. Admite, pues, como base inicial, los estudios del triángulo clásico – leer, escribir, contar – pero aboga de inmediato en el ensanche. Él quiere enriquecer la clase popular con otras ideas. (…) en ese orden concreto la introducción de nociones de gramática, geografía y astronomía. Y si se considerare que ellas son superfluas, en todo caso insiste, con decisión, en que se incorpore el conocimiento de nuestros deberes y derechos políticos, vale decir lo que hoy llamaríamos una preparación para la vida cívica”.[10] Como podemos apreciar su mente no sólo pergeñaba la formación de las élites, aspecto más que evidente desarrollado desde la Universidad de Chile, donde ejerció su rectorado desde su creación hasta su muerte, sino también la educación de las masas.

Todo ello habría de derivar naturalmente en su contribución, junto a una dirigencia política preclara y excepcional, a transformar a Chile de un “país de la Anarquía” a que “se colocara primero que en otros países de América” en el camino de la organización constructiva”.[11] Aspecto este último, considerado inteligentemente por D Juan Bautista Alberdi, en sus años de destierro chileno.

Trabajó intensamente hasta edad avanzada, Alamiro de Avila, nos relata, cito, que: "Hacia 1850, a los 70 años de edad, Bello desempeñaba al mismo tiempo las funciones de rector, subsecretario de relaciones exteriores y de consultor de gobierno, de senador, de redactor de "El Araucano" y, además, trabajaba intensamente en la elaboración del Código Civil y en sus obras de derecho, de filología y sus producciones literarias."

A lo largo del lapso portaliano, en los períodos que le tocó vivir, es decir, las gestiones presidenciales de Prieto, Bulnes, Montt y Pérez, cosechó amistades, afectos y reconocimientos.

En los últimos años de su vida, nos relata Rodriguez Mendoza, cito: “llegaban asiduamente hasta el octogenario, clavado en su silla y emparedado de libros sus discípulos y sus amigos más fieles: Lastarría, pensador avanzado y escritor eminente; Barros Arana, que ya planeaba su Historia monumental, Amunántegui, con el cual empezó en mi País la investigación documental; Vicuña Macntkenna, que coloreaba con el vivo luminoso de su imaginación la historia, la vida, el suelo de todo lo vernáculo. También llegaba donde el Patriarca, ya recluido para siempre por sus años y por sus achaques, el excelentísimo patrono de la Universidad, como había llamado al Presidente Bulnes en el discurso inaugural. Concurrían puntualmente, asimismo, Montt, ya en el ejercicio de la primera Magistratura, y Varas, el Ministro de la Administración creadora del decenio constitucional de 1851 a 1861. El Maestro tendía las manos a sus fieles amigos”.[12]

Como podemos apreciar el prestigio de Bello, llegó a ser decisivo hasta las más altas determinaciones de los organismos públicos. Y si esto fue así, es debido a que su espíritu era capaz de comprender los grandes problemas de su tiempo; es que el mismo, estaba impregnado de una aguda conciencia histórica y una clara imaginación moral, término tan abarcador, este último, que como es sabido, fuera introducido por Edmund Burke en el discurso político y, que posteriormente Lionel Trilling lo popularizaría para nuestro tiempo. Expresión que conlleva una profunda actitud, ya que la imaginación moral aspira a la comprensión del orden correcto en el alma y en la comunidad política.[13]

Sus ideas políticas[14]

En un intento por penetrar el pensamiento político del ilustre caraqueño, creemos importante la consideración, no solo de su formación humanista, sino además, la de sus ideas sociales e históricas, en el marco de las circunstancias de su tiempo; plasmadas en su accionar y obra durante la etapa chilena de su vida.

De mentalidad por excelencia reflexiva, de fuerte vocación empirista y crítica, inclinada al examen sereno de las situaciones concretas, desenvolverá entonces sus mejores virtualidades, reforzando su natural realismo para juzgar la Historia y la Política. Clásico por su contextura espiritual, acogió y sostuvo las nuevas ideas de libertad y de progreso que agitaban la conciencia burguesa, eludiendo, sí, en el pensamiento y la conducta las posiciones extremas y las formulas simplificadoras.[15]

Su revalorización de la colonia, en la fundamentación de nuestra idiosincrasia, denota una claridad conceptual en la identificación de nuestras raíces culturales, de este hombre que vivió la transición del antiguo régimen a la realidad del nacimiento de las repúblicas americanas; y que como pocos, supo distinguir este hecho, de las pasiones enconadas surgidas con motivo de las luchas por la independencia.

Supo, además, distinguir, con claridad y precisión notables, entre independencia (o emancipación española) y, la búsqueda de la libertad política interna. Lo que nos ayuda a entender esa contradicción permanente, que suele encontrarse en nuestros textos históricos, sobre la apreciación de la independencia como movimiento autóctono y el influjo de las grandes revoluciones del siglo XVIIII, en aquel mismo movimiento. Era que se perseguían dos objetivos simultáneos: la independencia, culminación de un proceso natural e histórico, y la democracia política, ideal difundido por el mundo al calor de un gran movimiento revolucionario. Una, expresa Rafael Caldera, empujo a la otra; las circunstancias coincidieron en favorable coyuntura.

En esta doble aspiración, estuvo para Bello, el error fundamental de los patriotas, en razón de que ambos ideales eran contradictorios. Taxativamente lo desarrolla en su Juicio sobre el trabajo de Lastarría, donde entre otros conceptos escribe, cito: “para la emancipación política, estaban mucho mejor preparados los americanos, que para la libertad del hogar doméstico. Se efectuaban dos movimientos a un tiempo; el uno espontáneo, el otro imitativo y exótico; embarazándose a menudo el uno al otro, en vez auxiliarse. El principio extraño producía progreso: el nativo dictaduras. Nadie amó más sinceramente la libertad que el general Bolívar; pero la naturaleza de las cosas le avasalló como a todos; para la libertad era necesaria la independencia, y el campeón de la independencia fue y debió ser un dictador. De aquí las contradicciones aparentes y necesarias de sus actos”.

Como podemos apreciar estos conceptos ponen en negro sobre blanco, con claridad meridiana, una explicación a los fenómenos posteriores al nacimiento de nuestros países como entidades autonómicas; y que en el caso de nuestro Argentina, demandaron décadas de luchas intestinas, en aras de la organización e institucionalización de la República.

En lo atinente a las formas de gobierno, la posición de Bello, frente a la discusión apasionada de ilusos teoricistas e interesados pragmatistas, sostenía una libertad progresiva, conciente de la realidad pero con voluntad política de superarla. No podemos dejar de considerar una actitud prudente, realista y conservadora, que privilegiaba la evolución a cambios radicales de resultados inciertos.

A su arribo a Chile, se vivían los últimos tiempos de aquel período que los historiadores definen como anárquico; el que superaría el régimen portaliano, ese que llamara a profundas reflexiones a Don Juan Bautista Alberdi, y que de alguna manera, a nuestro criterio, se reflejaría en su obra: el presidencialismo fuerte y la República posible.

El régimen, indudablemente era imperfecto, pero presidido por hombres de generoso patriotismo; que supieron sacar a Chile de la inestabilidad institucional política.

Bello sirvió con lealtad, con inteligencia y voluntad a ese régimen, pero fue un elemento moderador en muchos de sus lineamientos políticos, a la vez que aprovechó la estabilidad institucional y el contenido de libertad, que de suyo implicaba, para llevar a cabo su gran obra educadora y constructiva.

Su análisis de las formas de gobierno debe entenderse en ese contexto. No fue un hombre de partidos, sino de gobierno, que como defensor del orden asumió sus costos, que entendía que la realidad de su tiempo imponía, tanto liberalizar gradualmente, como el fortalecer las instituciones de gobierno; y es así, que con sus dotes de estadista y prudencia política, contribuyó al fortalecimiento de las instituciones republicanas, a la definición de objetivos políticos y de políticas, y al orden que requería la administración de las estructuras burocráticas del estado.

Sus especulaciones sobre las formas de gobierno, lo llevaron a la conclusión de que no hay forma de gobierno pura. Caldera manifiesta, cito, que: “se inclinó hacia la indiferencia sobre la organización del Estado, dando en cambio mayor importancia a las condiciones personales de los que ejercen el gobierno, cualquiera que este sea. Lo cual en aquellos tiempos de acerbo republicanismo hizo que imputaran partidismo por la monarquía, siendo que había expresado que esta no puede vivir en América”...

Es que Bello tenía muy claro que era preferible, para estos pueblos, organizarse progresivamente, partiendo de un régimen autoritario, pero sometido a normas constitucionales, en vez de oscilar violentamente entre la prédica de una teoría política y el ejercicio de una autocracia sistematizada, como lamentablemente sufrieron otros pueblos iberoamericanos.

Estos conceptos fueron vertidos detalladamente en El Araucano, en 1842, en un artículo intitulado La acción del Gobierno, que configuran un verdadero documento explicativo de su actitud política en Chile.

A modo de conclusión

La vida de nuestro autor se escinde en tres grande períodos -: Caracas, Inglaterra y Chile – si bien perfectamente diferenciados, constituyen un continuo: su formación permanente.

Tuvo una idea clara del significado de América y, que esta tenía su encarnadura en España, con lo cual supo reconciliar permanencia con innovación. Lo que le valió ser considerado, al decir de Rafael Caldera, com el cerebro y corazón de América.

Lo singular de su personalidad estaba dado por su condición de humanista y genio, con lo cual sobrepasó la medida de lo vulgar y lo mediocre.

Hay que situar su obra y acciones en el contexto de su época, en este sentido cobra especial relevancia su estadía en Inglaterra, donde también había asimilado las esencias de un conservadurismo liberal.

Sus esperanzas estaban en su Patria, para concretar en ella su experiencia, pero las condiciones de la situación interna en la Gran Colombia, desinteligencias con su dirigencia política, fundadas principalmente en las distancias, hicieron que se decidiera por Chile.

En su Patria adoptiva, contribuyó con su pensamiento y voluntad comprometidos, a su construcción política institucional. Ocupándose de temas tanto vinculados al pensamiento político como a la praxis, y dentro de esta última a asuntos relacionados a política doméstica, internacional y de administración pública.

Estamos frente a un hombre superior, que supo desarrollar los dones naturales recibidos, y que sus logros lo constituyen en uno de los intelectuales y estadistas más recordados por la Historia Hispanoamericana.

Su trayectoria demuestra lo que Rusell Kirk, definiera como una mente conservadora.

Los problemas medulares de nuestra Argentina, en clave política, se reflejan, en gran parte, en la baja calidad de sus instituciones, el pensamiento vivo de Bello, interpreto, nos marca el rumbo a seguir: la batalla a librar está en lo suprapolítico, es decir en la cultura, lo que obviamente redundará en las mejoras necesarias que requiere lo político y lo subpolítico, la economía.

En este sentido la educación juega un rol fundamental, donde la formación de las elites y la instrucción cívica de las masas conforman el objetivo a alcanzar.

Es importante recordar aquella premisa que manifestara Tomas Stearn Eliot - ese pensador que a través de su imaginación moral formara a tantas generaciones – “la cultura es algo no podemos alcanzar deliberadamente, es el producto de un conjunto de actividades más o menos armónicas, cada una de las cuales se ejerce por ella misma”,. Por lo tanto “deberíamos perseguir la mejora de la sociedad del mismo modo que buscamos nuestra mejora individual: en detalles relativamente pequeños”. .

Todo ello debemos concretarlo en dos palabras: compromiso y participación. Tarea fácil de definir pero dificil de realizar, figuras arquétipicas como la que hemos evocado esta tarde, contituye una luz que llevará claridad a nuestra inteligencia, imaginación y voluntad.



* Disertación impartida por el Dr. Carlos Piedra Buena en el Círculo Militar - Agosto de 2007 - en el marco de Ciclo de Conferencias 2007 organizada por el Instituto Argentino Chileno de Cultura.

[1] Cfr. Millán Puelles. Notas ontológicas de la existencia histórica. Pág. 33. Publicaciones del Departamento de Filosofía de la Cultura. Consejo Superior de Investigaciones Científicas. Madrid. Enero 1951.

[2] Zuleta Álvarez Enrique.

[3] Kirk Russell. Edmund Burke. Redescubriendo a un genio. Pág. 53. Ed. Ciudadela. Madrid. 2007.

[4] Zuleta Álvarez.

[5] Bello y los temas de su tiempo.

[6] Citado en estudio Preliminar

[7] Estudio preliminar Pág. 36.

[8] Introducción al Derecho Internacional de Andrés Bello (En Bello Andrés

[9] Los fundamentales pueden ser consultados además en Vila Selma José. Andrés Bello. Antología de Discursos y Escritos. Editora Nacional. Madrid. 1976.

[10] Muniaga Aguirre Roberto. Homenaje a Andrés Bello. Andrés Bello 1865-1965. Homenaje de la Facultad de Filosofía y Educación de la Universidad de Chile. Pág. 36. Santiago 1966

[11] Ibidem Caldera Rafael 28 y ss.

[12] Cfr. Caldera Rafael. Estudio Preliminar. Pág. (s) 27 y 28

[13] Russell Kirk. "The Moral imagination." Literature and Belief Vol. 1 (1981), 37–49

[14] Caldera Rafael. Pág (s) 105 y ss.

[15] González Rojas Eugenio. Andrés Bello y la Universidad de Chile. Andrés Bello 1865-1965. Homenaje de la Facultad de Filosofía y Educación de la Universidad de Chile. Pág. 10. Santiago 1966


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