domingo, 20 de septiembre de 2009

LA FUNCIÓN DE GOBIERNO EN UNA ANTROPOLOGÍA REALISTA.*


“La realidad es que nuestro bien individual está integrado en un bien social, y por eso quien busca el bien social se busca asimismo en él, como se busca la parte en el todo, pues sin la perfección de éste no puede existir la perfección de aquella.
A la prudencia política le atañe principalmente el oficio de hacer armónicas estas relaciones entre el bien propio y el bien común, entre el individuo y la comunidad. Esto se basa en la solidaridad misma que existe entre el miembro y el cuerpo social de que forma parte. Y son precisamente las épocas de crisis, como la nuestra, las que ponen de relieve esta solidaridad humana del individuo y la comunidad. Hoy asistimos a la crisis de la comunidad doméstica que llamamos familia y de la comunidad civil que llamamos Estado. Nada menos que las dos sociedades naturales están en crisis, en la medida que una crisis puede afectar a una sociedad natural. Y si perece la sociedad, naufraga el hombre entero. El bien propio no puede subsistir sin el bien común, ni la prudencia personal sin la prudencia política.”
(1)

La civilización occidental ha sufrido un proceso de secularización a lo largo de su historia, el hombre ha perdido su rumbo, el sentido de su vida…de su realidad trascendente. En extrema síntesis ha perdido el horizonte de la búsqueda del bien del todo, deslizándose trágicamente a un individualismo que atomiza la sociedad. Es como si se estuviera mutilando partes del cuerpo humano.
Esto se ha encarnado en nuestra cultura, manifestándose en hábitos y expresiones diversas - en las distintas esferas donde el hombre actúa en la consecución de sus fines – cual puntas de un iceberg, que revelan la estructura subyacente de su naturaleza: una crisis de valores.
Este trabajo focaliza su atención en esa dimensión integradora de la misma que conocemos como política, donde la función de gobierno ha desvirtuado el real sentido del bien común público, al dar un sentido economicista a sus acciones de gobierno, en respuesta a los reclamos de una sociedad caracterizada por su decadencia espiritual.
La finalidad del trabajo es poner en blanco sobre negro – a modo de diagnóstico general - las aristas relevantes de la estructura invertebrada de nuestra sociedad, y esbozar, en clave política, la operacionalización del bien común público de la comunidad, en el marco de su realidad espacio temporal.
Revertir esta situación depende de todos y de cada uno de nosotros, pero fundamentalmente de nuestra clase dirigente y del compromiso de los intelectuales para con la cosa pública. Quizá no deberíamos perder de vista aquello, que Fulbert Chartres, decía a sus alumnos en el siglo IX “somos enanos montados sobre los hombros de gigantes”, el gran escolástico creía que las gentes se inclinan a opinar que la sabiduría ha nacido con su generación. Trampa en la que hemos sido atrapados desde los inicios de la Modernidad, y que su icono podríamos identificarlo en la crisis de la Ciencia Política y en esa especie de alergia a la Filosofía instalada en ámbitos académicos.(2)
Fulbert arguye, que no somos mejores que enanos montados sobre los hombros de gigantes; únicamente vemos, en la medida de la tremenda estatura de ellos, nuestros ancestros, sobre cuyos hombros nos ponemos de pie. Nuestra civilización es una inmensa continuidad y esencia. El Obispo de Chartres, estaba en lo cierto: si ignoramos o desdeñamos a esos ancestros, quienes nos sostienen en nuestra moderna vanagloria, nos tumbamos en la acequia de la sinrazón. Entonces, si es verdad, que aun nuestros conocimientos científicos, en considerable parte, son un legado de nuestros antepasados, es aun más cierto que nuestra moral, conocimiento social y artístico es una herencia de los hombres que nos precedieron.(3)
A partir de esta elocuente sentencia, intentaremos encontrar el camino que nos permita sortear esta aporía, cuya característica relevante esta dada por la separación entre política y moral, que como es sabido, ha ocupado un espacio considerable en la historia del pensamiento político, y que por ende, no en vano, constituye un tema central en la Filosofía Política.
En esta inteligencia, nos introduciremos brevemente en el pensamiento perenne, buscando aferrarnos, cual si fueran jalones rojos sobre la nieve, a aquellos conceptos que creemos centrales considerar para el tratamiento de la problemática que nos convoca, esto es: realidad sustancial del hombre, cuerpo social, cuerpo político, bien común público y funciones de gobierno; para luego concluir, a modo de síntesis, con lo que creemos las coordenadas troncales que requiere retomar el rumbo perdido.

Cuerpo y Alma: una realidad substancial
Estimamos esencial, para no perder el horizonte de nuestras especulaciones, partir de la clásica interpretación antropológica del hombre, efectuada por Santo Tomás, esto es, una criatura compuesta de cuerpo y alma. (4) Donde el cuerpo es evidente por si mismo, mientras que el alma la deducimos de las capacidades del hombre para realizar actos que son imposibles a principios puramente materiales; tales como: la reflexión, la búsqueda de la perfección, de la trascendencia, del amor, de la justicia, de la libertad, entre otros.

Cuerpo social
El hombre como tal tiene una dimensión social, que es parte esencial de su naturaleza y de su vocación, necesita coexistir con los demás. Es principio, sujeto y fin de todas las instituciones sociales. (5)
La comprensión del todo social como cuerpo orgánico es antiquísima. En el Nuevo Testamento la comunidad eclesial queda interpretada como Cuerpo Místico, con Cristo resucitado como cabeza y con los creyentes como miembros. A partir del siglo XII, la fórmula corpus politicum es común. En todos los casos la palabra cuerpo significa un principio unitario de organización inmanente de las cosas. (6)

Cuerpo Político
No existe sociedad sin gobierno, tenemos necesidad de autoridad, ya que la misma conjuntamente con el respeto a las prescripciones, constituyen los pilares de cualquier orden social tolerable; sin ellas la genuina libertad no es posible.(7)
Esta autoridad, asegura el bien común y tiene su propio fundamento en la naturaleza humana, porque corresponde al orden establecido por Dios.(8)
Estos fundamentos, en la evolución de las distintas sociedades occidentales, han dado lugar a lo que hoy conocemos como el cuerpo político. El origen de este término lo ubicamos en la Edad Media, donde las infinitas interrelaciones entre la Iglesia y el Estado, produjeron híbridos en ambos campos. Es allí, donde surge como primera manifestación política, al considerar la realeza policéntrica como un Corpus Mysticum.(9)
A los efectos de presente trabajo, entendemos como cuerpo político, a “todos los grupos dirigentes que desempeñan un papel activo en la organización de la sociedad”(10), y como cabeza de éste, lo que en nuestro sistema republicano constituye el Gobierno(11); teniendo presente que este último no se acota, exclusivamente, a su aparato decisorio – Poder Ejecutivo- como en general se entiende a partir del conocimiento vulgar, sino que el mismo está conformado por las tres instituciones de la República: Poder Ejecutivo,Legislativo y Judicial.

El gran ausente: el bien común.
En un sentido lato, se estima pertinente hacer mención al gran ausente de nuestros tiempos, al menos en su concepción clásica: el bien común; ya que en su structuración o deformación actual, no satisface las necesidades de esa unidad consustancial de cuerpo y alma que constituye el hombre.
Rodrigo Fernández Carvajal (12), precisa que la idea del bien común tiene una vieja estirpe filosófica con raíces platónicas en el bien de la ciudad, tan sólo conocida por los guardianes de la República, y con raíces aristotélicas en las líneas iniciales de la Política.
Luego la filosofía escolástica aporta enriquecimientos sustanciales, y algo añaden asimismo, bien que desde su habitual analogía mecanicista, las especulaciones anglosajonas sobre el concepto de “interés público.”(13)
La conceptualización de bien común, expresada de manera meridiana por Santo Tomás, recibe su primer tiro de gracia, a partir de la idea social de la ética utilitarista de Benjamín Bentham sobre este bien, al establecer que no es el todo el que está presente, sino el mayor número, de suyo implica, dejar de lado ciertos sectores de la sociedad y el acontecer humano.
Es por ello, que debemos girar sobre si mismo, en la idea de retomar el concepto perenne. En este sentido, interpretamos atinado remitirnos al sintetizador y profundo pensamiento de Johaness Messner, quien asevera que de la naturaleza de la sociedad se deriva inmediatamente una primera precisión del bien común, entendido como la ayuda al hombre individual, que se hace posible a través de ella. Es que, ontológica y metafísicamente la naturaleza del hombre se presenta necesitada de complemento y, por otra parte, destinada de modo absoluto a la realización responsable de los fines existenciales en ella trazados. La consecución de este ser plenamente humano depende esencialmente de su responsabilidad y actividades propias en el cumplimiento de las demandas que aquel exige. El bien común consiste, en hacer posible mediante la unión social el cumplimiento responsable de las tareas vitales trazadas a los miembros de la sociedad por los fines existenciales. Sus funciones principales son: la defensa contra las perturbaciones procedentes de los bajos instintos de la naturaleza humana, que amenazan el orden de la convivencia; y la creación de un orden de bienestar, que asegure la plena existencia humana de los miembros de la sociedad.(14)
Cuando empleamos el término función nos referimos básicamente a actividad, movimiento o ejercicio, por lo tanto cuando lo asociamos al gobierno entendemos las actividades del mismo, esto es, el desenvolvimiento del proceso de acción política.(15)
Es necesario restablecer el principio de que la función de gobierno, básicamente consiste en la consecución del bien común, y que este no consiste exclusivamente en bienes físicos – cuya perfección se considera pasando por alto la norma de la conducta – sino un bien moral. Las ordenaciones positivas al bien común que emanan de la autoridad política de un estado son, contra la opinión del positivismo jurídico, concreciones de la ley natural, y esta a su vez, no es otra cosa que la participación de la ley eterna en la criatura racional. El bonum commune es, en consecuencia, un bonum morale, y no un bonum physicum que pueda apreciarse abstrahendo a regula morum.(16)
La pretensión del logro de esos objetivos ha adoptado formas distintas a lo largo de la Historia, en función de las peculiaridades de distintos sistemas políticos. Buscando lugares comunes dentro de cada uno de ellos, encontramos que los distintos gobiernos han desplegado, siempre, las que consideraron necesarias para el mantenimiento de la cohesión social, lo que ha variado ha sido el grado de intervención gubernamental. En este campo dos factores han jugado un rol condicionante: el orden socio-económico y la ideología dominante en el momento. En la actualidad, los profundos cambios producidos en diversas esferas de la vida social y la complejidad de los problemas a que han dado origen, se han traducido en una hipertrofia de los órganos gubernativos y en un fortalecimiento del sector ejecutivo.(17)
Indudablemente, estos factores han sido determinantes en la gradación y contenidos de la relación función de gobierno bien común, a lo largo de la historia. En la idea de precisar tal aseveración, podríamos referirla a los inicios del Estado Nación, cuando entre otros aspectos se perdió el sentido de comunidad: “esa idea integral del hombre”, al decir de Nisbet (18), “que trasciende en mucho a la imagen del mecanismo guiado en sus voliciones únicamente por el interés, y cuya relación con los demás se opera en una esfera reducida y limitada al ámbito estricto de la convivencia mutua”; o a la actualidad, donde es común, referirse al gobierno como ente gestor de servicios públicos, dejando a un lado la idea de gobierno control social, precisamente en el momento en que diversas formas de desajuste y desorganización social están requiriendo una acción del gobierno capaz de realizar formas de convivencia que respondan a las exigencias profundas de los individuos y de la comunidad.(19)
Es así como hoy, los objetivos de gobierno distan en demasía de satisfacer los contenidos integradores de lo que entendemos como bien común público (20). Aspecto que es necesario revertir desde una filosofía política (21) que no es particular ni parcial, porque alcanza a todos los hombres que conviven en esa organización política y orientada por una antropología realista, que sin perder de vista las necesidades perennes del hombre, se adecue a la realidad de nuestro tiempo; donde la interpretación y cumplimiento del Preámbulo de nuestra Constitución, son centrales, en razón de que este documento acota dicho bien a las necesidades de nuestra sociedad.
Es necesario darnos cuenta que nos encontramos dentro de una crisis (22) de valores que nos obliga a repensar las formas de superarla; teniendo presente que “en épocas de crisis es natural que las comunidades vuelvan la atención a sus orígenes – acaso buscando las bases para una reafirmación, o lo que seguramente es más probable, como una necesidad acuciante de interrogarse acerca de los posibles errores cometidos.(23)
De allí nuestra mención a volver nuestra vista al Preámbulo, para que sus contenidos orienten un proyecto de nación, del que surjan naturalmente objetivos políticos y de gobierno que guíen las funciones de gobierno a la consecución del bien común público definido.(24)
Nuestra percepción de esas funciones de gobierno las identificamos con las correspondientes a nuestra forma de gobierno, esto es: los Poderes Ejecutivo, Legislativo y Judicial – teniendo muy presente - que sólo las dos primeras constituyen instituciones políticas de la República.(25)
Como podemos apreciar la dinámica política, a través de la función de gobierno
constituye el deus ex máchina para la concreción del bien común.
Resulta interesante considerar como el concepto de gestión se ha encarnado en nuestra sociedad, a punto tal, que el discurso vacío de distintos candidatos a cargos ejecutivos de gobierno, incorpora como figura relevante potenciales capacidades de gestión. A la vez, que como reflejo distorsionado del mismo, un electorado masificado por esta música, avala irracionalmente tal concepción como condición sine quanom de gobernantes eficaces; olvidando - o desconociendo quizá – que el bien común al que los gobernantes deben orientar su accionar, no sólo requiere gestión, sino fundamentalmente gobierno. Ignorar esta premisa es colaborar al establecimiento de la impolítica.

A modo de conclusión: o intentando salir de la aporía
La situación es grave, pero no hay que dar por hecho que el hombre actual ha roto los vínculos con el sentido de trascendencia, ya que las raíces están asentadas en el orden natural.
La crisis de valores que afecta a nuestra sociedad puede y debe ser revertida (26), esto es lisa y llanamente comprometernos, desde el punto de vista que nos convoca: la cosa pública. Retomando el clásico concepto de paideia política, adaptado a nuestra realidad socio temporal, sin duda recuperaríamos el ethos republicano olvidado.
De lo que se trata es de iluminar el camino; de no perdernos en soliloquios vanos; de concebir a la política no como un a De lo que se trata es de iluminar el camino; de no perdernos en soliloquios vanos; de concebir a la política no como un arte aséptico de moral, sino como prudencia, virtud cardinal, que se enderece a la consecución de un bien común que sea bien moral (27); de cambiar pautas culturales (28); donde la educación, instrucción, participación social y política son claves del éxito. En este sentido, la Nota Doctrinal Sobre algunas cuestiones relativas al compromiso y la conducta de católicos en la vida política (29), nos da más que pistas para concretarlo. La tarea es ardua, pero el objetivo vale la pena.


Buenos Aires,11 de Septiembre de 2007
Carlos Piedra Buena

* Ponencia presentada en la Sociedad Tomista Argentina - XXXII Semana Tomista- 2007 - Filosofia del cuerpo.
(1)Palacios Leopoldo Eulogio. La prudencia política. Instituto de Estudios Políticos de Madrid. Madrid. 1945.
(2)Para una profundización de estos temas consultar Voegelin Eric, La Nueva Ciencia de la Política. Ed. RIALP. Madrid. 1968.
(3)Cfr. Kirk Russell. Enemies of the Permanent Things. Observations of abnormity in literature and politics. Pág. (s) 27 y 28. Arlington House. New York. 1969.
(4)Lo que fundamenta el real concepto de persona. Cfr. Compendio del Catecismo de la Iglesia Católica. Nro. 69. Ediciones San Pablo. Santiago de Chile. 2006.
(5)Cfr. Yepes Stork Ricardo. Fundamentos de Antropología. Un ideal para la excelencia humana. Pág. 241 y ss. EUNSA. Pamplona. 1996. Compendio. Nro (s) 401 y 402.
(6)Cfr. Arlotti Raúl. Vocabulario técnico y científico de la política. Editorial Dunken. Buenos Aires 2003.
(7)Cfr. Kirk Russell. Op. Cit. pag (s) 282 y ss.
(8)Compendio. Nro.405
(9)Cfr.Kantorowitz Ernst H. Los dos cuerpos del rey. Un estudio de teología política medieval. Pág. 188 y SS. Alianza Editorial. Madrid. 1985.
(10)Mannheim Karl. Libertad, poder y planificación democrática. FCE. Méjico. 1953.
(11)Si bien no podemos negar la importancia que tienen otras organizaciones de la sociedad civil, en la estructuración de los asuntos de la agenda pública, a partir del proceso de democratización de la burocracia producido a partir de las últimas décadas del siglo XX. Cfr. Subirats Joan. Análisis de políticas públicas y eficacia de la administración. Instituto Nacional de la Administración Pública. Madrid. 1989.
(12)Cfr. El lugar de la Ciencia Política. Rodrigo Fernández Carvajal, pp. 222 a 228. Universidad de Murcia. 1981.
(13)Para ahondar en esta última idea, la del interés público anglosajón, nos remitimos a la obra de Edmund S. Morgan, La invención del pueblo. El surgimiento de la soberanía popular en Inglaterra y Estados Unidos. Editorial Siglo XXI. Buenos Aires. 2006
(14)Cfr. Messner Johanes. Ética social, política y económica a la luz del derecho natural. Pág. 198 y SS. Ediciones Rialp. Madrid. 1967
(15)Precisando al mismo como aquel que “consiste en la predeterminación ideológica de las finalidades político-sociales que atañen al Estado-comunidad (o Estado sociedad, por contraposición al Estado-aparato o Estado sujeto), a cuya realización tiende la acción de los órganos estatales competentes.” Verdú Lucas. Principios de Ciencia Política. Tomo II. Pág. 190. Madrid .1969.
(16)Cfr. Palacios. Op. Cit. 109 y ss.
(17)Cfr. Palacios. Op. Cit. 109 y ss.
(18)Citado por Zuleta Puceiro Enrique. Razón, política y tradición. Pág. 151. Speiro. Madrid. 1982.
(19)Enciclopedia GER. Ver voz Gobierno 11. Función de Gobierno. 1991.
(20)Germán Bidart Campos cree conveniente utilizar el calificativo público, para clarificar que no es particular ni parcial, porque alcanza a todos los hombres que conviven en esa organización política y satisface todas las necesidades de esa convivencia general. Lecciones elementales de política. Ediar. Buenos Aires. 2000.
(21)Ya que tal cual lo expresara Staruss, esta consiste en el intento de adquirir conocimientos ciertos sobre la esencia de lo político y sobre el buen orden político o el orden político justo. (...) y que por su relación directa con la vida política, la filosofía política es inminentemente práctica, en el sentido de que su preocupación principal no es la de describir o comprender teóricamente la realidad política, sino la de cómo conducirla de la mejor forma posible. Strauss Leo, ¿Qué es la filosofía política?, Guadarrama, Madrid, 1970. p. 14 y Strauss. Leo. ¿Progreso o retorno? Introducción de Joseph María Esquirol. Pág. 16. Ediciones Paidos Ibérica e Instituto de Ciencias de la Educación de la Universidad Autónoma de Barcelona, Barcelona.2004.
(22)Íntimamente vinculada a lo que se ha dado en llamar la crisis del estado nación. Para un pormenorizado conocimiento de sus causas y situación actual consultar el ensayo de Horacio Sánchez de Loria Parodi, “La crisis del Estado – Nación”. Obra colectiva Calidad Institucional o decadencia republicana. Lajouane. Buenos Aires.2007.
(23)Kristol Irving, Reflexiones de un neoconservador. .Pág. 162. GEL. Buenos Aires. 1986.
(24)Desde la óptica de la dinámica política, los gobiernos definen sus objetivos, operacionalizando el bien común público en relación a las realidades temporales.
(25)La aclaración no es baladí, a la luz de la fuerte tendencia a la politización del Poder Judicial.
(26)En este sentido seguimos el discurrir de Alfonso López Quintás, “Los que creemos en la eficacia de los valores e ideales que se hallan en la base de la mejor cultura occidental – que son, en el fondo valores cristianos, por secularizados que estén actualmente – tenemos la batalla perdida si nos movemos en niveles superficiales o permitimos que otros los hagan.” Cuatro filósofos en busca de Dios. Pág. 29. Rialp. Madrid.1999.
(27)Palacios Leopoldo Eulogio. Op. Cit. Pág. 115
(28)Dado que la raíz de nuestra problemática esta allí, en la cultura política. Situación descrita con amplitud y profundidad por Roberto Bosca. Ver La cultura política de los argentinos. Obra colectiva Calidad Institucional o decadencia republicana. Lajouane. Buenos Aires.2007.
(29)Congregación para la Doctrina de la Fe. Roma. Diciembre de 2002.

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