miércoles, 22 de febrero de 2012

“Lo único necesario para el triunfo del mal es que los buenos no hagan nada”. Edmund Burke.


La libertad religiosa bajo ataque.

En esta oportunidad, compartimos con Ustedes el presente artículo de Heritage Libertad. Lejos está en nuestro ánimo, pretender inmiscuirnos, ni abrir juicios de valor, sobre la política doméstica de otra Potencia. Sino de sugerir a través de la consideración del mismo - a modo de disparador - plantearnos algunos interrogantes y conjeturas sobre una situación que asola los cimientos mismos de la civilización Occidental desde hace largo tiempo: una crisis de valores fundada en la pérdida del sentido de la trascendencia.

A priori, creo que es valido esbozar dos hipótesis: ¿estaremos ante un caso de teología política? o ¿ante una sociedad, en palabras de Enrique Rojas, integrada por hombres light?

Con respecto a la primera, es importante recordar, que desde hace varias décadas se viene sosteniendo en círculos académicos, que el siglo XX ha sido signado por las ideologías y que el actual será el de la teología política; como asimismo, que tal aseveración es de difícil verificación, dado lo equivoco del concepto de teología política y la situación de muchas potencias, donde las pugnas ideológicas siguen vigentes.

Con respecto a la segunda podríamos conjeturar, sin lugar a dudas, que es más factible, dado los fundamentos y evidencias presentadas con rigor intelectual, por diversos pensadores a lo largo de los últimos tiempos; en este caso, a modo de ejemplo, nos remitimos a la obra de Russell Kirk, T. S. Elliot, Thomas Molnar, Richard Weaver y en caso nacional a Mariano Fazio.

Todo parecerá indicar, que en la publicación de referencia, lo importante a recalcar es el avasallamiento de un derecho humano básico: el de la libertad; y en segundo término la respuesta de la sociedad norteamericana a través de las organizaciones de la sociedad civil.

Este último aspecto, debería llevarnos a reflexionar sobre la vigencia de los valores perennes, como asimismo, inducirnos a un compromiso sincero en defensa de los mismos, alimentado con ilusión – en el sentido dado por Miguel Ángel Martí García - y la virtud teologal de la esperanza, de que podemos aportar nuestro inteligencia y voluntad para revertir dicha crisis.