viernes, 30 de octubre de 2009


EL EXILIO DE JUAN BAUTISTA ALBERDI EN CHILE: su incidencia en el sistema político argentino. *

A MODO DE INTRODUCCIÓN

Para encontrar el tipo de estadista y de fundador que tenga semejanza con Alberdi, hay que evocar la figura de Hamilton, pero con un Hamilton formado en la escuela de la persecución y con la maravillosa facultad que ningún otro escritor político ha tenido en el continente americano, de agregar a la fuerza persuasiva de la dialéctica el poder de un ingenio mordaz.
El nombre de Alberdi como organizador es único. Su nombre como escritor no tiene rivales. La virtud constante del desinterés, la más rara, la más alta y más aristocrática de las virtudes en que se basa el civismo, acaba de poner de manifiesto cual es la pureza del metal de que estaba hecha alma selecta.
La República Argentina no sólo tiene en Alberdi un grande hombre, sino un grande hombre que le podrían envidiar todos los pueblos, y que para su justa glorificación bien merece que se le inmolen los bastardos de la fama.
[1]

Disertar sobre el pensamiento y la obra de este ilustre patricio, es un tanto difícil, dado el conocimiento del mismo, en distintos grados, por cada uno de los aquí presentes, y a lo profuso y diverso de su obra.
Intentaremos acotar estas breves consideraciones, a su faz de pensador político y, dentro de la misma, a esa etapa de su vida – el exilio en la hermana República de Chile - que a nuestro criterio, contribuye decisivamente a consolidar la idea de la República posible, a través de la figura del ejecutivo fuerte, la que se plasmara palmariamente en nuestra Constitución Histórica; a la consideración de los aspectos medulares comunes a tres de sus escritos: El Fragmento preliminar al estudio del Derecho; La República Argentina, 37 años después de su Revolución de Mayo y Bases y puntos de partida para la organización política de la República Argentina; y finalmente vincular la baja calidad de nuestras instituciones políticas republicanas con el ideario alberdiano.
Abordar este enfoque implica dejar de lado aspectos esenciales de su obra, en la inteligencia de atenernos al tema específico en cuestión.
De todas maneras, nos vemos obligados, cual vuelo de pájaro, a referirnos a algunos aspectos esenciales de su biografía intelectual y a las circunstancias que le dieron marco, lo que nos permitirá guiar el sentido de nuestras reflexiones.
Por último creemos pertinente aseverar que nos encontramos ante la obra de un hombre que generó y genera controversias, ya sea por una lectura ideológica, dogmática o por ser más citado que leído.
Desde lo personal, creo que nos encontramos ante un hombre – que como cualquiera de nosotros - tuvo aciertos y errores, que su vida intelectual presenta distintas etapas, que creció y maduró; que las vicisitudes de los tiempos políticos que le tocó vivir lo ubicaron en un pedestal o en el olvido, aspectos que se reflejan en sus escritos, a modo de ejemplo podríamos citar: El Fragmento preliminar al estudio del derecho, A 37 años de la Revolución de Mayo, Bases, Pequeños y grandes hombres del Plata, La Omnipotencia del Estado… Pero que de lo que no queda duda, es que, al decir del dicho español, dejó poso. En extrema síntesis un hombre superior.
Como es sabido, Juan Bautista Alberdi, nace en Tucumán el 29 de agoste de 1810 y fallece en París, rodeado de unos pocos amigos, el 19 de junio de 1884. Ochenta y tres años de vida intensa, entregados al servicio de su Patria y de sus ideas. La paradoja es que vivirá gran parte de ella en el exilio. Desde 1838, donde las circunstancias políticas que signaban la vida de la Patria, lo obligan a auto imponerse esta figura, hasta que finalmente sentadas las bases de la organización y restablecida la libertad, regresa al País en 1855; después vendrán los tiempos de Europa, su rápido paso por el Congreso, el escarnio, la muerte y el olvido.

LA GENERACIÓN DEL 37

“Si admitimos como signos distintivos de una generación - nos precisa Félix Weinberg – la circunstancia de que sus integrantes exterioricen independencia y aun originalidad en sus planteos y actitudes; homogeneidad en su enfoques analíticos y críticos de hombres, ideas y hechos; identidad y coherencia en el multiforme obrar intelectual y material; exaltación de los propios valores; premiosidad en renovar y perfeccionar la realidad heredada; y toma de conciencia de todo ese complejo fenómeno, entonces no cabe duda alguna que los jóvenes de 1837 se desempeñaron con sentido y perspectivas generacionales.”[2]
Esta Generación, en el sentido orteguiano de la misma, constituyó un verdadero movimiento intelectual. constituido por jóvenes procedentes de diversos lugares de la Patria, que fueron tejiendo su amistad en los claustros universitarios, y que con el tiempo evolucionó naturalmente, de grupos de estudio a tertulias intelectuales, donde los temas convocantes se difumaban en intereses literarios, políticos, artísticos, poéticos, musicales, filosóficos….
El común denominador que los aglutinaba – esto es: enarbolar la tradición de Mayo en la consecución de un gobierno libre y regular, basado en principios republicanos; la idea de progreso; la reorganización del país bajo la forma democrática; y el divorcio entre la nueva generación y los viejos partidos unitarios y federales[3] – los llevaría a transitar la casa de Cané, la Asociación de de Estudios Históricos y Sociales, la Librería de Marcos Sastre, el Salón Literario, la clandestinidad, el destierro y un lugar de honor – para aquellos que sobrevivieron – en la organización nacional posterior a Caseros. Su ideario ha quedado plasmado en El Dogma Socialista.
Entre sus referentes indiscutidos Juan Bautista Alberdi destaca claramente; quien conjuntamente con Gutiérrez y Echeverría constituyen el embrión del accionar de esta. Refiriéndose a los tiempos del inicio de la conjunción ilustre, los del salón de Madame de Mendeville, escribía: “ejercieron en mi ese profesorado indirecto, más eficaz que el de las escuelas, que es el de la simple amistad entre iguales. (…) A Echeverría debí la evolución que se operó en mi espíritu. (…) Echeverría y Gutiérrez propendían por sus aficiones y estudios a la literatura; yo a las materias filosóficas y sociales.”[4]

El Fragmento preliminar al estudio del Derecho: un sueño

En julio de 1837, a un mes de la organización del Salón Literario, publica uno de los documentos fundamentales de la época: El Fragmento preliminar al estudio del Derecho; quien desde los campos de la historia, de la política y de la filosofía del derecho apunta a la integración de una filosofía para llegar a una nacionalidad. Sus páginas reflejan la influencia intelectual de pensadores de talla, tales como Jouffroy, Condorcet, Vico, Leroux, Herder y Lerminier; donde el primer Alberdi, pone de manifiesto el fruto de lecturas y reflexiones maduras, al servicio de las necesidades de la Patria incipiente. Tan sólo tenía 26 años, un bagaje de lecturas meditas y un sólido grupo de amigos.
Creemos importante incluir una cita del mismo, referida a la soberanía del pueblo y su relación con la libertad, inspirada en la situación histórica y que, pese a su inteligente advertencia, perdimos en los oscuros caminos del populismo: “No es bastante tener brazos y pies para conducirse. La libertad no reside sólo en la voluntad, sino también en la inteligencia, en la moralidad, en la religiosidad, y en la materialidad. Tenemos ya una voluntad propia; nos falta una inteligencia propia… La soberanía pues pertenece a la inteligencia. El pueblo es soberano, cuando es inteligente.”[5]
La obra fijaba las ideas políticas y jurídicas de la nueva generación y a pesar de la precocidad del autor, es su inicial y mejor exposición – nos precisa Mayer[6] -, contiene en germen la mayor parte de las ideas, que desenvolvería, año tras año, con inflexible consecuencia, “el programa de los trabajos futuros de la inteligencia argentina”, hasta burilarlas en las Bases.
El trabajo estaba impregnado de historicismo, quedaban atrás el doctrinarismo de Bentham y de Tracy, que había guiado a los congresales de 1827. Pero lo más importante, es la adecuación de las ideas de Savigny y Lermienier al medio local y los rumbos que señalaba.
La época no era propicia para exponer ideas excéntricas. De pararrayos debió “hacer concesiones al sistema federal… a Rosas le repetí el calificativo de grande hombre que le daba todo el País.”[7] Lo que, de suyo, trajo aparejado críticas y discrepancias en ambas orillas del Plata.
Si bien, al decir de Ortega y Gasset, la mente es inasible, podemos inferir que nuestro Autor percibía claramente que sus ideas sólo podrían instrumentarse desde el poder. Quien lo detentaba, no estuvo a la altura de las circunstancias históricas, ya sea por no entenderlo, por que chocaba con sus intereses, o, simplemente teniendo en cuenta que la política es circunstancial, es entonces factible también conjeturar que Don Pedro de Angelis, después de leer este trabajo pudo “haber informado al dictador en mal sentido, sobre la índole política del libro”[8]. Como vemos los monjes negros no constituyen una exclusividad de nuestro tiempo. Lo cierto es que Rosas manifestó haber leído el folleto “con santo orgullo”[9] y, que después de Caseros al hacer un inventario de los pocos libros que se hallaron en Palermo, apareció un ejemplar del Fragmento.[10]

EL DESTIERRO

Los inicios del destierro

Comienza su periplo de destierro haciendo base en Montevideo, para cinco años después embarcarse, junto a Juan M. Gutiérrez, rumbo a Europa, donde se embebe directamente del progreso económico y comienza a esbozar los perfiles de su futura obra.
Es interesante considerar, en especial dentro de esta segunda etapa de su exilio, las corrientes intelectuales y la situación política imperante en Europa.[11]
La caída de Napoleón, trajo aparejada la restauración monárquica francesa y española, y por ende el rechazo a la organización republicana; y el nacimiento de una corriente intelectual - que repudiaba la anarquía revolucionaria – e intenta reconstruir un orden político estable. En este sentido destacan los tradicionalistas: Chateaubrian, de Maestre, de Bonald, Lamennais….; y por otra parte, los doctrinarios, como Royert Collard y Guizot, que proclaman bajo principios liberales una monarquía moderada, como la que se plasmó en la Francia de Luís Felipe de Orleans.
Es, durante este reinado, cuando Alberdi llega a Francia, con un conocimiento previo – adquirido en Montevideo – de la obra de pensadores conservadores como Tocqueville, Chevalier, Sismondi, Roger Collard y Guizot.
Es allí donde entrará en contacto con las ideas de Pellegrino Rossi[12], probablemente con las de Donoso Cortés[13], y profundizará el pensamiento de Saint Simont, cuyo Catecismo de industriales, impactará para siempre en Alberdi, dada la exaltación de la industria y el planteo ético del trabajo.
Finalmente recala en Chile, tercera y última etapa del exilio. Arribando a Valparaíso - ciudad con más de 60.000 habitantes, considerada capital económica de ese País - el 15 abril de 1844.

La República portaliana

El Chile de esos tiempos era el de la República portaliana, aquella parida en la revolución de 1829, que al triunfar los conservadores llevó al gobierno al general Prieto[14]. Comenzaba un interregno en la historia política institucional chilena, al que podríamos considerar fundacional.
Al respecto Tomás Iriarte expresa: “Este régimen, al que se calificó de autocrático, impero hasta el año 1861, el país era gobernado por el núcleo superior de altos militares, sacerdotes, universitarios y comerciantes, los descendientes de las antiguas familias, en su mayoría de origen vasco y los miembros capaces de las nuevas, que formaron una casta social emprendedora, culta y recatada.”[15]
Las gestiones presidenciales las ubicamos en las figuras de Prieto, Bulnes, Montt y Pérez. Quienes gobernaron bajo el imperio de la Constitución de 1833, de la que fueran sus arquitectos Portales, Egaña y Andrés Bello.
“Gozaba así Chile de un gobierno civilizado, que propendía al adelanto del país, al desarrollo de su bienestar y aseguraba los habitantes el goce de los derechos primordiales: el trabajar, de lanzarse en toda suerte de empresas, de escribir y pensar, y vivir bajo el amparo de las leyes, que habían sido aniquiladas en el Plata.”[16]
La clave de este sistema de transición no era otra que el orden en libertad.

La etapa chilena del destierro

Como es sabido, Chile albergaba a muchos argentinos, que huyendo del caos que asolaba a su tierra, encontraron allende los Andes el cobijo necesario a sus penurias, y la tribuna apropiada para la difusión de sus ideas.
La presencia de los mismos, junto la de otros europeos, insertó un nuevo clima espiritual e intelectual; donde las ideas de la libertad y el espíritu de la Generación del 37, encontraron acogida y el campo propicio para su difusión.
La inserción de nuestro Autor en la sociedad chilena fue rápida y natural, a través de relaciones fundadas en antiguos vínculos iniciados en su Provincia.[17]
Logra subsistir inicialmente en medio de pobrezas y privaciones, utilizando su pluma. Posteriormente, después de reanudar sus estudios de derecho, se graduó como abogado.
Con el correr del tiempo, en esos sus años de acción incursionará exitosamente en los foros locales; en los principales periódicos, los que a su vez le sirven de tribuna de libertad; cosechará nuevos amigos argentinos y chilenos, varios de ellos vinculados a la República portaliana, tal es el caso de Montt, del mismo Mariano Egaña y del general Bulnes, por quien sintió una particular admiración.[18]

Tiempos de reflexión y maduración

Dadas las condiciones que le proporcionaba el país hermano – además de las propias de su edad, experiencias, lecturas, reflexiones, tertulias, de trabajo, entre otras – comienza a madurar su pensamiento influenciado por la vertiente conservadora.[19].
Están muy presentes en su mente las respuestas: intelectual y política europeas de su tiempo[20]; la estable y conservadora dada por el sistema político norteamericana; y el Chile portaliano, decisivo en la configuración de su ideario.
En este último caso su experiencia es directa, llega a ese régimen conservador en 1844, conviviendo en el mismo durante casi once años, donde el orden y ambiente cultural destacaban. Para ahondar en sus impresiones basta consultar en su Biografía del general Bulnes, donde al decir de Pérez Gilhou, “marcará con sorprendente justeza las notas del conservadorismo. Y allí su adhesión a tal forma de pensar”, llegando “a tal filiación al culminar su proceso intelectual en 1852.”[21]
“Sus estudios y su profesión lo han tornado – relata en una de sus Cartas Quillotanas – analítico y prudente, se ha acostumbrado a discernir sin apresuramientos.”[22]
Es que “el ambiente chileno lo moldeó, nos relata Francisco Encina[23], recibió cultura efectiva, lastre intelectual y una experiencia política que no sólo centro y atornilló aún olla de grillos sino que también uniéndose al recio instinto político de los hijos del Plata, hizo posible la confederación argentina, no por una copia imbécil de la fórmula política de Chile, sino por la quiebra de la ideología política que profesaba en el contacto con la realidad chilena.”
Dardo Pérez Guilhou, asevera que “hay líneas que pueden tenderse desde el Fragmento Preliminar hasta Las Bases, pero es fundamental reconocer como un permanente enriquecimiento proviene de continuas lecturas, meditaciones y experiencias, hacen que el hombre maduro contemporáneo de Caseros sea distinto del joven doctrinario del salón de marcos Sastre.”[24]
Es que el exilio enriqueció paulatinamente su conocimiento, ya que tanto Montevideo como Santiago, eran ciudades abiertas a las novedades europeas y americanas.
Por otra parte, es interesante considerar que los cambios políticos en Europa, derivados de la revolución de 1848, habían puesto en crisis la teoría política vigente; aspecto que da lugar a que Alberdi pierda interés por los autores franceses, revalorice el papel de nuestras raíces hispánicas, y desarrolle una sana admiración por el sistema norteamericano.
Serán tiempos de solaz, de estudio, de análisis, de tertulias, de producción literaria, pero fundamentalmente de reflexión sobre el futuro de su Patria. Comienza a transitar la etapa de maduración.
Es este el momento donde se visualiza, una cuasi perfecta coherencia interna en tres obras que persiguen un mismo objetivo, dar a la Patria su organización política: el Fragmento – sueño de un joven idealista en tiempos de juventud -, La República Argentina, 37 años después de su Revolución de Mayo -: una probabilidad cierta -, y Bases – embrión de la formalización del un pacto político posterior a Caseros; que delinean el pensamiento de un estadista.

La República Argentina, 37 años después de su Revolución de Mayo: una probabilidad cierta.

En 1847, cinco años antes de la caída de Rosas, escribió Alberdi: “Rivadavia - proclamó la idea de la unidad: Rosas la ha realizado. Entre los federales y los unitarios han centralizado la República; lo que quiere decir que la cuestión es de voces, que encubren una fogosidad de pueblos jóvenes, y que en el fondo, tanto uno como otro, han servido a su patria, promoviendo su nacional unidad. Los unitarios han perdido; pero ha triunfado la unidad. Han vencido los federales; pero la federación ha sucumbido. El hecho es que del seno de esta guerra de nombres ha salido formado el poder, sin el cual es irrealizable la sociedad, y la libertad misma imposible”.[25]
Alrededor de mediados de la década del cuarenta, la situación política, institucional, económica y social de la Confederación Argentina se hacía insostenible. Las diferencias entre el general Don Justo José de Urquiza con el régimen saladerista, eran más que evidentes. Aspecto que no pasa inadvertido para Esteban Echeverría, líder indiscutido de la Joven Argentina, ya para esos tiempos reorganizada en Montevideo bajo el nombre de Asociación de Mayo; y reimpresa la segunda edición de Dogma Socialista en el Plata desde el año 37.
Es así como el 19 de septiembre de 1846 le remite al Gobernador de Entre Ríos un ejemplar del Dogma, especificándole en la misiva con que se lo dirigiera: “Nos asiste el convencimiento que nadie en la República Argentina está en situación más ventajosa que V.E., para ponerse al frente de ese partido nacional y para promover con suceso la fraternidad de todos los argentinos y la pacificación de nuestras tierras.”[26] Alberdi también advirtió que a pesar de los compromisos que lo ligaban a Rosas, sería el misterioso sucesor.[27]
La vida de Echeverría comenzaba a extinguirse, la tuberculosis lo devoraba. Comprendía, claramente, que la misión de la Joven Argentina estaba aun lejos de concluirse, es entonces, donde confía expresamente la ejecución de la etapa final a nuestro Autor: “lego a mi amigo Alberdi, el pensamiento, dado el caso que me falte la vida para realizarlo.” La elección, afirma Mayer fue acertada, y el Dogma tuvo su consagración triunfal en las Bases, al asomar a los pocos años la aurora.[28]
Alberdi contesta a Echeverría, comprometiéndose a escribir un panfleto para distribuir en el Interior de la Argentina, nacía en su mente La República Argentina, 37 años después de su Revolución de Mayo, escrito “donde demostró mayor madurez, patriotismo y ubicación por encima de los bandos en pugna”.
A nuestro criterio, constituye el documento que articulará, ante una probabilidad cierta de alcanzar la concreción del ideario de su generación, a su Fragmento preliminar al estudio del Derecho, con sus posterior Bases.
Tres escritos centrales en el camino a la Constitución, tanto por sus contenidos como por la coherencia interna manifiesta en su conjunto.
A 37 años de la Revolución de Mayo sale a luz en 1847. Sus contenidos pueden ser resumidos en la búsqueda afanosa del orden que requería la Patria infructuosamente, desde hacía casi cuarenta años.
Es que la distancia – asevera Pérez Gilhou – le permite valorar el país, justificar la acción de Rosas en pro del orden y unidad nacional, apreciar la potencialidad de los gobernadores de provincia, “que antes eran repelidos con el nombre de caciques”, y criticar duramente la dictadura discrecional por no sujetarse a la ley, no organizar el orden para sacarlo de la inconsecuencia y darle continuidad.”(…) “En síntesis urge a Rosas a constitucionalizar el orden precario que tenía para hacerlo estable y evitar la inconsecuencia.” [29]
Otra vez Rosas en su pensamiento, al igual que en oportunidad de publicar su Fragmento; es la aporía que pone de manifiesto al estadista, que en clave política interpretamos como flujo de un claro concepto de prudencia política, ya que visualizaba en esas circunstancias históricas, que sólo quien detentaba el poder, en tanto y en cuanto cambiara el rumbo de su gobierno, era el único que fácticamente podía concretar institucionalmente los objetivos de Mayo. Todo ello, discrepando con el régimen saladerista y el accionar de su conductor
Esta actitud le traería aparejado críticas, incomprensiones y sinsabores, fundamentalmente de los integrantes de la comunidad de exiliados argentinos en Montevideo, Brasil y del mismo Chile; “es que no entendieron ni la defensa del orden ni en ponerse por encima de los errores de unitarios y federales. Solamente Félix Frías encontró que había escrito con colores nacionales y ante el extranjero para los hombres todos.”[30]

Bases y puntos de partida para la organización política de la República Argentina: el embrión de formalización del pacto político posterior a Caseros.

“Un expatriado que no figuraba en los centros directores, Alberdi fue el autor inesperado del pensamiento nacional, y que lo encarnó brillantemente, con la pluma que lo puso a la cabeza de los polemistas. Desde que comenzó la nueva lucha entre Buenos Aires y las provincias, Alberdi no dejó de escribir a favor de su idea. Idea común, idea de todos, es verdad. Alberdi no tiene la originalidad que pudiera reclamar el autor de un sistema inédito. Hamilton tampoco fue autor único y original del sistema implantado por la Convención de Filadelfia. Antes que él un comerciante de la misma ciudad, Webster, formuló en términos de una precisión insuperable, todo lo que constituye el sistema de gobierno de los Estados unidos. (…) Sin embargo, esto no disminuye la importancia de Hamilton, puesto que Hamilton y no Webster es autor de las exposiciones de El Federalista”(…)“Y Alberdi, no sólo formulo la ley que otros también formulaban como él, sino que construyó la doctrina infiriéndola de los hechos históricos.” [31]
Así se refería a Alberdi, el ilustre historiador mejicano D Carlos Pereyra en las primeras décadas del siglo XX.
El 3 de febrero de 1852, constituye un hito relevante, en nuestra historia política institucional. Unos meses después, finalizando mayo, Alberdi distribuye los primeros ejemplares de sus Bases. En la misiva del que le envía a Urquiza escribía: “Los argentinos de todas partes, aun los más humildes y desconocidos, somos deudores a V.E. de nuestra perpetua gratitud, por la heroicidad y el ejemplo con que ha sabido restablecer la libertad de la patria anonadada por tantos años…abrigo la persuasión de que la inmensa gloria que a nadie pertenece hasta aquí de dar una constitución verdadera a la República, está reservada a la estrella feliz que guía los pasos de V.E. Con este convencimiento he consagrado muchas noches a la redacción del libro sobre las bases de la organización política para nuestro país, que tengo el honor de someter al excelente buen sentido de V.E. En el no hay nada mío, sino el trabajo de expresar débilmente, lo que pertenece al buen sentido general de esta época y a la experiencia de nuestro país.”[32]
Sentadas las condiciones, Alberdi ponía al servicio del poder, ejercido por quien llevó al triunfo el anhelo de la organización constitucional postergada, su inteligencia y el producto de años de meditación. El ciclo iniciado por la Generación de Mayo, estaba en las vísperas de su concreción por la generación del 37.
No fue la única obra escrita en esos meses con propósitos similares, tal es el caso de los trabajos de Sarmiento, Juan Ramón Muñoz, Juan Llerena, Mariano Fragueiro o Mitre. Todas ellas inspiraban ideas semejantes, pero no tenían su nitidez.
Un año después, los convencionales nacionales reunidos en Santa Fe, se inspirarían en gran parte del proyecto alberdiano para dar a la República, nuestra Constitución Histórica.
El pensamiento central, escribe Alberdi, era “que la organización política y social de América dependía del transvasamiento en suelo desierto, de la civilización europea y cristiana, implantada por los reyes de España, pero que luego se había marchitado bajo un régimen vetusto.”[33] Nos muestra así que el problema político se reducía en el fondo, a un problema social, y la única manera de solucionarlo era el trasplante de la civilización europea.
Esta obra se caracteriza por su claridad en la exposición de sus ideas, exactitud de los juicios, la comprensión íntima del clima, de las dolencias económicas y sociales, que impedían el progreso del país, y el ofrecimiento de los medios concretos que podían disipar los tenaces espectros del colonialismo. Iba al fondo de los problemas,[34]con fundamentos de filosofía política, doctrinales económicos, de geografía política, históricos, sociológicos. Su método: el estudio comparado.
Estaban presentes la educación, la población, los ferrocarriles, la navegación de los ríos, el respeto a la propiedad y a la industria, eran sus temas cardinales.
Pensado por encima de los partidos, da en formas sencillas soluciones coincidentes que habían buscado las viejos unitarios y los auténticos federales, los que habían emigrado y los que habían padecido la tiranía.
Su exposición reúne las características propias de quien posee una plenitud de conocimiento en la vasta temática que aborda; refleja una visión abierta e inteligente, que permanentemente vincula las realidades institucionales de América, fundadas en su historia.
La impresionante transformación de California, que había contemplado desde Valparaíso, mostraba los medios que podrían canalizar una generosa inmigración.
Del Código de la Joven Argentina y de la Constitución norteamericana extrajo las bases del régimen federal y de un gobierno firme, sin que esto afectara las autonomías provinciales. Haciendo especial hincapié en la diferencia de la distribución espacial del poder en ambas potencias, en función de su historia.
Pone de manifiesto la necesidad de calificar el voto imponiendo a los electores condiciones mínimas de instrucción y fortuna. Como podemos apreciar retoma lo expresado en el Fragmento, expresando taxativamente que: “la inteligencia y la fortuna en cierto grado no son condiciones que excluyan la universalidad del sufragio, desde que ellas son asequibles para todos mediante la educación y la industria.”[35]
Considera que la República es la única forma posible de gobierno para América, pero que está de todos modos lejana y es difícil de lograr.[36] Las circunstancias históricas que ha transitado la República, demuestra que no se había equivocado.
De la constitución de chilena de 1833 tomó el modelo de un Poder Ejecutivo fuerte que, sin ser monárquico, pudiera mantener el orden en un país levantístico.[37]
En la mente de Alberdi, expresa Mayer, no está presente ni la separación de poderes, ni la igualdad de ellos, ni el equilibrio. Todo está armado para que el gobierno lo ejerza predominantemente el ejecutivo.[38]
La organización de un ejecutivo fuerte, lo hace jefe supremo de la Nación, de la administración general del país, de todas las fuerzas de mar y tierra y de la Capital federal; tiene su antecedente más que en la constitución norteamericana – a cuyo ejecutivo le otorga la jefatura suprema del ejército y la armada – en la chilena de 1833, la que le da la jefatura del estado, de la administración, de las fuerzas armadas, la jefatura de gobierno.
Es que nuestro autor estaba convencido, por propia experiencia de vida en el Chile de régimen portaliano, que el ejecutivo era el único que podría hacer viable el régimen de transición, esto es la República posible. Creemos que las siguientes expresiones de Alberdi, son por demás elocuentes: “Dar al poder ejecutivo todo el poder posible, pero dádselo por medio de una constitución.”[39], que a nuestro criterio constituye el orden en libertad. “Respetad al Presidente, con eso solo seréis fuertes e invencibles contra todas las resistencias a la organización nacional; porque el respeto al presidente no es más que el respeto a la constitución en virtud de la cual ha sido electo: es el respeto a la disciplina y a la subordinación que, en lo político como en lo militar, son la llave de la fuerza y de la victoria.”[40] Como vemos se anticipa a los tiempos, el de las democracias plebiscitarias o al de la democracias no republicanas, propias de los populismos.
A la unidad federativa, no nos referiremos por la extensión que demandaría, y por no estar vinculada al enfoque de nuestra disertación; sólo recordaré que el sistema federal unitario propuesto en esta obra, es producto de la experiencia indirecta (los vaivenes de los años subsiguientes a la Revolución Americana y, de la lectura meditada de los principios de orden que proclamara Rossi, en su Curso de derecho constitucional, del tomará ideas para realizar constitucionalmente la unidad federativa argentina, del Proyecto de acta federal para Suiza); y de un estudio pormenorizado de la historia argentina y de sus precedentes años coloniales.
Mayer, resume con claridad meridiana la opinión calificada, desde coetáneos de nuestro Autor a la fecha, cuando afirma “que no se ha escrito en América una obra que tuviera espontáneamente una gravitación tan profunda en el espíritu de su pueblo.” Es que las ideas y recomendaciones alberdianas volcadas en Bases, trascendían los límites políticos de la República Argentina, ya que reflejaban las necesidades vitales para la organización constitucional de las repúblicas hispanoamericanas.

CONSIDERACIONES FINALES

De lo expuesto, a nuestro criterio surge claramente, que Juan Bautista Alberdi fue la una de las mentes más privilegiadas que tuvo la Argentina.
“Es el primer pensador de la patria que razonó y ofreció soluciones concretas a los problemas argentinos.”[41]
Su pensamiento político evolucionó de las ideas que sustentaba la Generación del 37, hasta el prudencialismo político del 52; en este sentido, la etapa chilena del exilio fue decisiva. Lo que, de suyo, no implica que abandonara el objetivo que persiguiera esta Generación: completar la tarea iniciada por la Generación de Mayo.
La coherencia interna del Fragmento preliminar del Estudio del Derecho, La Argentina a 37 años de la Revolución de Mayo y Bases, lo pone en blanco sobre negro.
La síntesis de su viaje intelectual, Bases, imponía, al decir de Alberdi, la consolidación del mismo mediante el transcurso de tres generaciones, de lo que se trataba era de avanzar de la República posible a la República democrática.
El agotamiento del orden conservador, el quiebre institucional del 30, reflejado fundamentalmente en la Acordada de la Corte, derivaron en golpes institucionales y de palacio, diversas formas de populismos, hasta encarnarse en democracias plebiscitarias o democracias autoritarias, de orígenes variopintos.
El tema no es instrumental, es de principios. No se trata de repensar el sistema político, de gobernabilidad; sino de cambio de pautas en nuestra cultura política.
Hemos perdido el rumbo, la única manera de recuperarlo está en la educación política. Es que, la condición de ciudadano y el ejercicio de los derechos políticos, requiere de formación, tanto por parte de la dirigencia como del pueblo.
El fundamento de la misma no es otro que el del prudencialismo, el que al decir de Don Leopoldo Palacios, “aspira a ser la conjunción armónica de lo ideal y lo real, el ensamble del caballero y el escudero, la síntesis de Don Quijote y Sancho.”[42] En particular, diría, la prudencia política, “que se extiende al bien común de la sociedad civil para salvaguardase y preservarle de todo mal”[43]; que redundará eficazmente en las dos fases de la política: la agonal y arquitectónica.
Las vísperas del Bicentenario constituyen una buena oportunidad para reflexionar sobre la vigencia del pensamiento alberdiano, de llevar a cabo esa tarea pendiente que surge de aquellas palabras de nuestro autor: “Yo seré vengado sin ejercer venganza”[44], lo que de suyo, implicaría el compromiso de sacarlo de la oscuridad que le asignaron aquellos protagonistas de la historia que se rigieron por las circunstancias coyunturales, sin tener en cuenta las bases republicanas legadas por el realismo político de nuestro Autor.
Las expectativas del 2011 no pueden ser nuestro norte, las miras no pueden ser tan cortas, ante las circunstancias que vive la República desde hace más de 70 años. El reino de la incultura, de la pobreza estructural, del federalismo inexistente, de la baja calidad de las instituciones republicanas, nos lleva a la necesidad de desandar el camino, para ubicarnos en la República posible - tan bien definida conceptualmente en los contenidos de Bases: Orden en libertad, prudencia política – para desde allí retomar el camino hacia una República democrática.
Lo que en clave política impone formación ciudadana, prudencia política y el regreso a la Constitución Histórica. Orden en libertad.
Un presidencialismo fuerte no necesariamente deriva en un régimen autoritario; si está inserto en una cultura política, embebida en uno de los principios que nos legara Alberdi en su Peregrinación De Luz Del Día, el de la libertad interior, esa potestas que pone frenos a la Omnipotencia del Estado.



* Disertación efectuada por el Dr. Carlos Piedra Buena el 8 de Octubre del 2009 en el Círculo Militar, en el marco del Ciclo de Conferencias organizadas por el Instituto Argentino Chileno de Cultura.
[1] Pereyra Carlos. El pensamiento político de Alberdi. Pág. 7. Editorial América. Madrid. S-F.
[2] Weinberg Félix, El salón literario de 1937. M. Sastre, J. B. Alberdi, J. M. Gutiérrez, E. Echeverría. Pág. 9. Librería Hachette. Buenos Aires. 1958
[3] Cfr. Mayer Jorge. Alberdi y su tiempo. Tomo I. Abeledo-Perrot. Buenos Aires. 1973. Pág.(s) 223 a 228)
[4] Alberdi Juan B. Escritos Póstumos. Tomo XV. Pág.294. Citado por Mayer Jorge. Op. Cit. Pág. 173.
[5] Albedi. Fragmento preliminar. Pág. (s) 139 y 140. Citado en Gilhou. Op. Cit. Pág. 84.
[6] Mayer. Op. Cit. Pág. 178 a 184.
[7] Alberdi. EP. T XV, 298.
[8] Ibidem. 496.
[9] Carta de Rosas a Alberdi. Londres. 11 de Agosto de 1861. AGN, 3-5-15. Citado en Mayer. Op. Cit.
[10] González J.C. La biblioteca hallada en la Casa de Gobierno después de Caseros. ASH. 1941. Citado en Mayer. Op. Cit.
[11] Cfr. Gilhou Dardo. El pensamiento conservador de Alberdi. Pág (s) 18 a 20. Depalma. Buenos Aires 1984.
[12] Donde abreva en los principios de orden que proclamara este autor en su Curso de derecho constitucional, y tomará ideas para realizar constitucionalmente la unidad federativa argentina, del Proyecto de acta federal para Suiza.
[13] Dado que la permanencia de Alberdi en París, es coincidente con la de este pensador quien se hallaba exiliado allí, quien ya era famoso y frecuentaba la amistad de Guizot.
[14] Finalizando de este modo la crisis iniciada tras la abdicación del general Bernardo O´Higgins en 1827, con sus implicancias manifiestas en los enfrentamientos, primero de o´higinistas y carreristas y luego, entre pipiolos (liberales) y pelucones (conservadores).
[15] Iriarte Tomás de. Memorias. T. VII, 281. Citado en Mayer. Op. Cit. Pág. 390.
[16] Mayer. Op. Cit. Pag. 391.
[17] Aquellos originados en tiempos del exilio tucumano, del entonces teniente coronel Francisco Pinto, quien frecuentó diversas familias de la sociedad local, entre ellas la de Alberdi; y donde contrajo matrimonio con Doña Luisa Garmendia Aldunate. De esta unión, nacería otra tucumana, Enriqueta Pinto Garmendia, quien, a la llegada de Alberdi a Chile era la esposa del General Manuel Bulnes, Presidente de la República.
[18] Escapa a las consideraciones de estas reflexiones, por razones de extensión y por la naturaleza de las mismas, detallar el rico entramado de relaciones, actividades, obras, para el cual nos permitimos recomendar la lectura de la obra citada de Mayer.
[19] Cfr. Perez Gilhou. Op. Cit. Pág (s) 17 a 30.
[20] Esto es el pensamiento de Chateaubriant, de Maistre, Bonalt, Tocqueville, Chevalier, Collart, Guizot, Cortés, Pellegrino Rossi; y la restauración monárquica.
[21] Perez Gilhou. Op. Cit. Pág. 30
[22] Ibidem. Pág. (s) 21 y 22
[23] en su Historia de Chile
[24] Pérez Gilhou. Op. Cit.
[25] Alberdi. “La República Argentina 37 años después de su Revolución de Mayo”, 1847, en Obras completas, tomo III, pp. 233s
[26] AGN, 3-2-12 Nro.39. Cit. Mayer. Op. Cit. Pág. 439.
[27] Carta de Garmendia a Alberdi, 30 de diciembre de 1846, BF; el Conservador de Montevideo, 30 Noviembre, 12 de diciembre de 1847. Cit. Mayer. Op. Cit. Pág. 439.
[28] Cfr. Mayer. Op. Cit. Pág. 440.
[29] Cfr. Pérez Gilhou. Op. Cit. Pág. (s) 37 – 38 y 72..
[30] Mayer Jorge. Op. Cit T. 1. Pág. 345.
[31] Cfr. Pereyra Carlos. Op. Cit. Pág. 190 y 191.
[32] Alberdi. EP. Tomo XVI pág. 291.
[33] Alberdi. OC., T. III, 11. Citado en Mayer. Op. Cit. Pág. 534.
[34] Cfr. Mayer. Op Cit. Pág. (s) 533 y ss.
[35] Alberdi. Bases. Cap. XXII. Pág. 152.
[36] Pérez Gilhou. Op. Cit. Pag. (s) 76 y 77.
[37] Alberdi. OC. T. III, 407, 415, 489. T V. 157, 317. EP. T VIII. 471. Citado en Mayer. Op. Cit. Pág. 534.
[38] Pérez Gilou. Op. Cit. Pág. 93 a 111.
[39] Alberdi. Bases. Cap. XXV. Pág. (s) 174 y 175.
[40] Op. Cit. Cap. XXXIV, pág. 263.
[41] Salerno Marcelo Urbano. Las Bases de Alberdi y la influencia de Pellegrino Rossi, separata de Revista Jurídica de Buenos Aires. III. Septiembre – diciembre de 1965. Citado por Pérez Gilhou. Op Cit. Pág. 15
[42] Palacios Leopoldo Eulogio. Prudencia Política. Pág. 13. Instituto de estudios políticos. Madrid. 1945.
[43] Ibidem. Pág.30
[44] Citado en Pereyra Carlos. Op. Cit. Pág. 9.

martes, 20 de octubre de 2009

EL PENSAMIENTO POLÍTICO DE D ANDRÉS BELLO *


Señor Decano de la Facultad de Derecho y Presidente de la Intenational Law Associaton, doctor Ricardo Balestra; señor Secretario del Instituto Argentino Chileno de Cultura, doctor Gonzalo Pereyra de Olazábal; señoras, señores, amigos; constituye para mi un alto honor dirigirme a un público tan selecto con la finalidad de evocar la figura de Don Andrés Bello, aquel ilustre caraqueño, que naciera como un español en América y que, cuando los vientos de libertad llegaran a las costas de nuestro Continente, se constituyera en uno de los arquetipos del patriota americano.

Deseo agradecer: a las instituciones convocantes la confianza depositada en quien les habla; las palabras inmerecidas de quien me presentara, doctor Isidoro Ruiz Moreno, maestro y amigo; al Prof. Enrique Zuleta Álvarez, quien me introduciera en el estudio de la personalidad y obra de este genio; y la presencia de todos y cada uno de Ustedes.

Centraré esta disertación en los aspectos más destacables de su formación y de su vida pública, vinculados a la política, en la idea de revitalizar la valoración de este político imperecedero y gran estadista, que destacó en su tiempo por la búsqueda del equilibrio entre el orden y la libertad.

Vivimos tiempos de cambio, signados por la incertidumbre, por la confusión, tiempos que requieren de ideas claras, de liderazgos, de compromiso de los intelectuales con la cosa pública, de referentes…. Es hora de buscarlos en la Historia, no olvidemos que, como manifestara Antonio Millán Puelles, cito: “La Historia no se ocupa realmente del pasado. De los hechos se ocupa la Historia en la medida en que nos son totalmente pasados, sino, que de algún modo, perviven en el presente. De ahí la teoría de la “acumulación histórica”.

En cada hecho histórico gravitan todos los anteriores. La diferencia entre lo histórico y lo pasado reside en que lo histórico constituye un pasado excepcional que de alguna manera sobrevive. Todo pasado que no penetra y se acumula en el presente no es un pasado histórico, sino un puro pasado. Tiene por ello todo pasado histórico una cierta virtualidad y permanencia, a la que Linder epigráficamente define “como la obra viva de los hombres muertos”.[1]

Los primeros años del siglo decimonónico en Hispanoamérica, también eran inciertos, pero nuestros prohombres supieron ver en las tinieblas y accionar en consecuencia, tallando cual cincel en manos de un escultor de excelencia, el marco americano y nacional de las nuevas repúblicas, paridas por el ya agonizante Imperio Español. Uno de ellos fue Don Andrés Bello, estamos convencidos que su pensamiento y acción, han pervivido y hablan a nuestro tiempo.

Como tantos hombres de las primeras generaciones americanas, sostiene el Prof. Zuleta Álvarez, Andrés Bello vio a nuestras patrias como los territorios hermanos de una gran familia, unida por fuertes lazos de sangre, religión, idioma, historia y cultura. Como todos ellos sentían y servían a sus patrias nacionales, pero con la clara idea de que existía una realidad mayor que los aglutinaba en un espacio político y espiritual común: Hispanoamérica.[2]

Creemos que este hombre superior, mediante la fuerza de su intelecto y su acusada laboriosidad, logro distinguirse en la vida pública de su época, trascendiendo la misma por lo que hizo e intuyó. Desde este punto de vista, sería válido al considerar su obra política, aquello que Russel Kirk expresara sobre Edmund Burke, “descubrió – como le sucedió a Cicerón – que la carrera del estadista puede proporcionar temas y ocasiones que permiten el desarrollo de una imaginación moral y del genio literario”.[3]

Fue esa rara combinación de hombre político, que es al mismo tiempo hombre de letras y de esclarecido pensamiento, pensador realista y prudente, vigilante por la pervivencia de las cosas permanentes y abierto a las ideas y realidades de su tiempo. Un pensador, profundamente vinculado a los problemas de la historia y de la vida y que, por lo tanto, no puede conocerse íntegramente sin un análisis de sus ideas sociales y políticas.

El análisis de su obra refleja equilibrio espiritual y su integral sabiduría. Prototipo de hombre equilibrado; de entendimiento ágil y claro; de memoria robustecido por un intenso ejercicio; de sensibilidad exquisita, pero sujeta siempre a la recta razón; de voluntad serena y conciente.

La clave para entender a este genio, radica en su formación, y en el conocimiento de las circunstancias que rodearon su existencia, las que por su dureza forjaron su carácter.

Si bien su formación, como la de cualquier intelectual fue permanente - y, en este sentido podríamos aseverar que la suya comenzó en años de su niñez caraqueña, allá en la articulación de los siglos XVIII y XIX, de la mano del fraile mercedario D Cristóbal de Quesada, finalizando con su muerte el 15 de Octubre de 1865 en su Patria de adopción: Chile - para su mayor comprensión podríamos rastrearla en las tres etapas de su vida: la caraqueña, la de las islas de John Bull y la chilena.

Esos trazos de su vida ponen de relieve diversas facetas – las que siguiendo el discurrir de Don Rafael Caldera - podríamos esquematizarlas como: de el hombre, el filósofo, el artista, el crítico, el filólogo, el pedagogo, el jurista, el sociólogo, en extrema síntesis diremos: la del sabio.

Vamos a poner énfasis en una de ellas, no encuadrada en la misma, pero que a nuestro criterio las comprende a todas, la del político.

En esta inteligencia, se visualiza que los cimientos de su personalidad fueron abonados por una férrea formación liberal, aspecto que no le impidió mantenerse abierto a las ideas de su tiempo. Esto es, el estudio de naturaleza humana y deducir así de ella un núcleo restringido de conceptos absolutos e inmutables, pero reconociendo que el ancho mundo intelectual es objeto de constante evolución.

La etapa caraqueña

En Caracas se echan las bases de su sólido humanismo, crece y madura una visión americana del mundo.

Fue, como toda humanista, un lector omnívoro. Se cuenta, nos relata Don Rodríguez Monegal, que a los once años reunía las pocas monedas que estaban a su alcance para comprar, en una tienda de Caracas, las Comedias de Calderón de la Barca, publicadas en cuadernos; las que no sólo leía si no memorizaba para declamarlas a su madre.

Su formación clásica se depura y perfila en los principios fundamentales de la filosofía. La formación recibida en su terruño, traza rasgos imborrables que lo acompañarán durante sus 84 años de vida.

Su formación sistemática se encauzaría por influencia de fray Cristóbal de Quesada, quien lo inició en los estudios clásicos, y lo familiarizaría con la poesía latina, la que daría disciplina a su propia obra y una elegancia de dicción que no abundaba en la poesía hispanoamericana. Quesada fue un maestro que procuró siempre, más que acumular conocimientos en la mente del niño, poner en ejercicio su entendimiento, de observar, de ordenar por sí mismo los conocimientos.

A través de Don José Antonio de Montengro, su segundo maestro, adquirió un conocimiento profundo del griego.

Realizó una carrera universitaria llena de distinciones, la que redundaría en la obtención, del primer puesto en el concurso al grado de Bachiller en Artes; y si bien cursó estudios de derecho, no alcanzó el título pertinente, en razón de no atraerle las tareas propias del foro.

Pero el interés por el estudio de la jurisprudencia, basado en su aprendizaje de Caracas, lo llevó a acumular un caudal de ciencia jurídica capaz de dictar soluciones en todas las ramas del derecho. Aspecto que queda cláramente reflejado en su estadía en Chile, a través de las clases que dictara sobre diversas disciplinas del orden jurídico; de su participación principalísima en la vasta obra legislativa de esos tiempos; de su actuación en el desempeño del cargo de Oficial Mayor del Ministerio de Relaciones Exteriores; y en sus obras centrales vinculadas a esta Ciencia: El Código Civil y Los Principios del Derecho Internacional.

Trabó amistad, pese a los once años que los separaban, con el barón Alejandro von Humbold, en ocasión que el sabio alemán visitara Caracas en 1799; lo que lo familiarizó con otras ciencias e incentivó su espíritu indagador.

Bajo la protección de un amigo de la familia, don Luís Ustariz, y a sus instancias, estudió francés e inglés; colaboró junto al mismo en la revista El Censor Americano, destinada principalmente a defender la causa de la Independencia americana; y por intermedio del mismo Ustariz, accedió por concurso a la administración pública colonial; los diversos roles que cubriera sucesivamente – en la Secretaría del Capitán General y en la Junta Central de Vacunas - le dieron una sólida experiencia en asuntos políticos y sociales y, un prestigio, que motivó que cuando se produjeran los hechos que llevaron a la constitución del Gobierno Revolucionario de Venezuela, aquel Jueves Santo del 19 de abril de 1810, fuera convocado para organizar la Secretaría de la Junta.

Poco tiempo después es designado - en calidad de agregado - a una comisión diplomática, integrada por Simón Bolívar y Luís López Méndez, cuya finalidad era obtener de Inglaterra, tanto el reconocimiento de la Junta Venezolana, como el auxilio militar y económico. El rumbo político de su Patria marcaría su destino y nunca más volvería a ver su amada Caracas.

La etapa londinense

Los años de nuestro autor en Londres fueron de intensos estudios y trabajos, signados por la esperanza, donde acreditó sus condiciones natas de negociador y aprovechó intensamente el medio cultural de la Inglaterra de esos tiempos. Salones literarios, bibliotecas y museos fueron su hábitat cotidiano, lo que le permitió forjar un programa de formación cultural que llevó adelante con tenacidad y vigor.

En las magníficas bibliotecas públicas del British Museum y la London Library, leyó los clásicos griegos y latinos, y dispuso de impresos y manuscritos de extraordinario valor para sus estudios filológicos.

Los fundamentos de su concepción del sistema constitucional, el que sostendría vigorosamente en Chile, lo abrevó de la fuerte influencia del ambiente político y espiritual de Inglaterra.

Serán diecinueve años de nuevas experiencias, signadas de duras luchas y amarguras, de privaciones y pobrezas, de deleites intelectuales y estéticos, de amores, sueños y proyectos..., de empleos irregulares y mal remunerados, de trabajos discontinuos, de trato cotidiano con destacadas figuras políticas e intelectuales, americanas y europeas de la época.

Junto a Juan García del Río, Bello participó en la edición de dos grandes revistas destinadas a los pueblos del Nuevo Mundo: la Biblioteca Americana (1823) y el Repertorio Americano (1826 - 27). Ambas publicaciones incluían trabajos de investigación, creación, crítica y divulgación científica y literaria sobre toda clase de materias que podían interesar a América.

Uniendo literatura y política, no podemos dejar de considerar, dentro de este período, la redacción de sus célebres Silvas Americanas, las que introducen nuestra tierra y la gesta de la independencia, como gran tema poético en la literatura universal; o su Alocución a la Patria, un texto que constituye un verdadero manifiesto político y literario.

El Romanticismo lo influyó directamente, Enrique Zuleta Álvarez enfatiza que nuestro autor “tomó contacto con este vasto movimiento literario e intelectual, en su versión inglesa, la que por la calidad de sus representantes y obras, se constituía quizá en la más valiosa, conjuntamente con la alemana; el que con su manifestación del descubrimiento de lo nacional, de lo típico, del paisaje y de la intimidad psicológica, dentro de un complejo de ideas y sentimientos, suministró a Bello elementos que enriquecerían su actitud cultural; sí bien permaneció clásico en su veneración por el orden tradicional, que para él era la mejor garantía del progreso cultural y social.”.[4]

El aporte del Romanticismo significó para Bello de radical importancia para la dilucidación cabal de su pensamiento político, pues mediante el mismo descubrirá una realidad propia: la americana, la que se constituirá en el tema troncal de su vida y obra, incorporando, como expresara Ulsar Pietri[5], “la literatura a la vida social, al proceso histórico, a esa ley de progreso, a la política, al movimiento general de la colectividad humana, y no como cosa excluida, aparte, inerte, pieza de museo, sin reflejo ni actividad sobre lo viviente que la circunda.

Actitud que debe, indefectiblemente, comprenderse en el marco de otro gran tema de Bello: el conflicto entre su raíz americana y su devoción por las formas superiores de la vida y cultura europeas. Esa tensión anímica durará toda su vida y, su pensamiento, asumirá esa grave responsabilidad, definiendo constantemente la posición más apropiada para su gente en tiempos de incertidumbre, donde América y Europa, sin apartarse de su tronco común, irían perfilando una nueva personalidad.

La actuación de Bello como diplomático al servicio de las cancillerías de Venezuela, Colombia y Chile, tienen una impronta singular, ya que comienza actuar en otro plano, el de los intereses concretos de cada república; en un contexo de particularidades y problemáticas diversas, que presentaban un denominador común: escasos recursos financieros, información incierta e instrucciones demoradas por razones de distancia, lo que supera con clarividencia, prudencia y rigor, poniendo en evidencia sus dotes de consejero y eficaz diplomático, al asesorar a sus superiores jerárquicos con lealtad e idoneidad profesional. Los informes periódicos que produjera, en ejercicio de sus responsabilidades, ofrecen un panorama de la política internacional de su tiempo, a la vez que constituyen una verdadera historia política de la Europa moderna, en el lapso de su residencia londinense. Lo que revela su extraordinaria capacidad de análisis político.

Las circunstancias de los contínuos cambios en la situación política de su Patria, inciden en su situación económica familiar con carácter angustioso. Su prestigio, amistades cosechadas en su estancia londinense y el contexto histórico que enmarcaba los primeros tiempos de lucha por la independencia - donde no sólo no existía un claro sentido de la nacionalidad, sino que por el contrario, el sentimiento del criollismo hacía posible que cualquier criollo, por el solo hecho de serlo, pudiera ser útil a la causa americana - dieran lugar a que simultáneamente tres gobiernos requirieran de sus servicios profesionales: La Gran Colombia, las Provincias Unidas del Río de la Plata y Chile. Los caminos dictados por la Divina Providencia lo condujeron a Chile. La segunda etapa de su vida quedaba atrás, los frutos de la siembra caraqueña y londinense madurarían en Chile en forma de logros familiares, intelectuales y políticos.

Su ilusión de volver a su amada tierra caraqueña quedaría trunca para siempre, las consecuencias de la disgregación de la Gran Colombia lo impedirían.

La etapa chilena

Treinta y cinco años de su vida serían los que daría a la causa americana y, en especial, a la consolidación política, administrativa y cultural de Chile, aquella tierra a la que definiera Bolívar, en tiempos en que tardíamente quería rescatar a nuestro autor, como el país de la anarquía. Donde Bello daría testimonio de su servicio a esta joven nación a través de un verdadero magisterio, el que lo desarrollaría continuamente desde la cátedra, en el periódico y la vida pública.

Ni Irrisari, cuando en carta a O`Higgins, le manifestaba, cito: “de todos los americanos que en diferentes comisiones esos Estados han enviado a esta corte, es este individuo el más serio y comprensivo de sus deberes, a lo que une la belleza de su carácter y la notable ilustración que le adorna”; ni Don Mariano Egaña, cuando escribía recomendando a su Ministro de Relaciones Exteriores, a Bello, cito, expresaba: “Educación escogida y clásica, profundos conocimientos en literatura, posesión completa de las lenguas principales, antiguas y modernas, práctica en la diplomacia, y buen carácter, a que da bastante realce la modestia, le constituyen, no sólo capaz de desempeñar muy satisfactoriamente el cargo de oficial Mayor, sino que su mérito justificaría la preferencia que le diera el gobierno respecto de otros que solicitaren igual destino[6], se equivocaron, diríamos más, este hombre superior estuvo por encima de las expectativas despertadas en la dirigencia chilena sobre su persona.

Como Oficial Mayor en el Ministerio de Relaciones Exteriores fue, puede decirse, como expresara en un discurso en 1944, en Venezuela, el que fuera Canciller chileno Joaquín Fernández y Fernández, “el director de la política exterior de Chile”, el Canciller, manifestó este político “despacha todavía en el escritorio de Bello”. Y este es el índice de que sus directivas son todavía la base de la actividad del Despacho.

Como senador y como consejero de gobernantes fue el legislador por excelencia de la Nación, quien plasmara entre su labor relevante en el Congreso el Código Civil de la Nación hermana.

Su profusa producción periodística en el Araucano, constituyó una verdadera tribuna de enseñanza cívica, de cultura y de ciencias que trascendieron los límites de Chile.

Asevera Don Rafael Caldera, cito, que: “La actividad periodística, estímulo de gran parte de su producción escrita revela las características necesidades de América. Era un periodista para sus pueblos jóvenes que necesitaban instruirse sobre sus riquezas naturales, sobre su cultura, sobre su historia, sobre las grandes verdades difundidas en la humanidad. Así, primero redactor de la Gaceta de Caracas; luego en Londres, de la Biblioteca Americana y del Repertorio Americano, y después, perseverante redactor del Araucano, de Santiago de Chile, desde su fundación en 1830 hasta 1853, supo encarnar el papel del verdadero periodista, que como el orador de Grecia y Roma, tiene que dirigir y enseñar.[7] No podemos dejar de considerar en esta última analogía, la figura de Marcos Tulio Cicerón ese gran político conservador, estadista y administrador público de habilidad excepcional, hecho asimismo, como nuestro personaje, que transitara los últimos tiempos de la Respublica, en aras de salvar sus instituciones; con la salvedad que la intencionalidad de este patriota americano, radicaba en la creación y fortalecimiento de las instituciones republicanas de una nueva nación que despertaba a la vida.

Sus 35 años de acción en Chile fueron incoloros en la lucha política y un leal servidor del gobierno; al decir de Eduardo Plaza, cito, “el destino lo colocará en el puesto de consejero y asesor y no en el de actor principal hasta el fin de sus días[8] Un elocuente ejemplo de ello, lo podemos visualizar en los mensajes político administrativos de los titulares del Ejecutivo chileno, durante el período 1831 y 1852, incluidos en sus Obras[9], donde cláramente se trasluce el pensamiento político – adecuado a las realidades de su tiempo, visión de estadista al servicio y la organización mental que caracterizaba, al consejero y redactor de discursos presidenciales.

Desde esta situación vivirá la virtud de la prudencia en grado extremo, al tener en cuenta su condición de extranjero en una patria adoptiva, a la que debía dar más que definiciones políticas, un sistema de legislación y cultura. Donde su adhesión al gobierno era el fruto de sus convicciones, lo que no le impidió, que con franqueza intelectual, se sintiera libre de disentir, cuando respetando la opinión ajena, expresara la propia sin renuncias ni vacilaciones.

Resulta por demás interesante considerar, para entender cabalmente los objetivos que guiaban su accionar en ese País, la interpretación realizada por Roberto Muniaga Aguirre, cito: “Bello comprende que el País, como toda la América española, se mueve en un sistema de ideas tradicionales que no es posible cambiar en tres días, (…) reconoce el hecho de que hay un determismo económico que limita las posibilidades culturales de las clases menesterosas. Admite, pues, como base inicial, los estudios del triángulo clásico – leer, escribir, contar – pero aboga de inmediato en el ensanche. Él quiere enriquecer la clase popular con otras ideas. (…) en ese orden concreto la introducción de nociones de gramática, geografía y astronomía. Y si se considerare que ellas son superfluas, en todo caso insiste, con decisión, en que se incorpore el conocimiento de nuestros deberes y derechos políticos, vale decir lo que hoy llamaríamos una preparación para la vida cívica”.[10] Como podemos apreciar su mente no sólo pergeñaba la formación de las élites, aspecto más que evidente desarrollado desde la Universidad de Chile, donde ejerció su rectorado desde su creación hasta su muerte, sino también la educación de las masas.

Todo ello habría de derivar naturalmente en su contribución, junto a una dirigencia política preclara y excepcional, a transformar a Chile de un “país de la Anarquía” a que “se colocara primero que en otros países de América” en el camino de la organización constructiva”.[11] Aspecto este último, considerado inteligentemente por D Juan Bautista Alberdi, en sus años de destierro chileno.

Trabajó intensamente hasta edad avanzada, Alamiro de Avila, nos relata, cito, que: "Hacia 1850, a los 70 años de edad, Bello desempeñaba al mismo tiempo las funciones de rector, subsecretario de relaciones exteriores y de consultor de gobierno, de senador, de redactor de "El Araucano" y, además, trabajaba intensamente en la elaboración del Código Civil y en sus obras de derecho, de filología y sus producciones literarias."

A lo largo del lapso portaliano, en los períodos que le tocó vivir, es decir, las gestiones presidenciales de Prieto, Bulnes, Montt y Pérez, cosechó amistades, afectos y reconocimientos.

En los últimos años de su vida, nos relata Rodriguez Mendoza, cito: “llegaban asiduamente hasta el octogenario, clavado en su silla y emparedado de libros sus discípulos y sus amigos más fieles: Lastarría, pensador avanzado y escritor eminente; Barros Arana, que ya planeaba su Historia monumental, Amunántegui, con el cual empezó en mi País la investigación documental; Vicuña Macntkenna, que coloreaba con el vivo luminoso de su imaginación la historia, la vida, el suelo de todo lo vernáculo. También llegaba donde el Patriarca, ya recluido para siempre por sus años y por sus achaques, el excelentísimo patrono de la Universidad, como había llamado al Presidente Bulnes en el discurso inaugural. Concurrían puntualmente, asimismo, Montt, ya en el ejercicio de la primera Magistratura, y Varas, el Ministro de la Administración creadora del decenio constitucional de 1851 a 1861. El Maestro tendía las manos a sus fieles amigos”.[12]

Como podemos apreciar el prestigio de Bello, llegó a ser decisivo hasta las más altas determinaciones de los organismos públicos. Y si esto fue así, es debido a que su espíritu era capaz de comprender los grandes problemas de su tiempo; es que el mismo, estaba impregnado de una aguda conciencia histórica y una clara imaginación moral, término tan abarcador, este último, que como es sabido, fuera introducido por Edmund Burke en el discurso político y, que posteriormente Lionel Trilling lo popularizaría para nuestro tiempo. Expresión que conlleva una profunda actitud, ya que la imaginación moral aspira a la comprensión del orden correcto en el alma y en la comunidad política.[13]

Sus ideas políticas[14]

En un intento por penetrar el pensamiento político del ilustre caraqueño, creemos importante la consideración, no solo de su formación humanista, sino además, la de sus ideas sociales e históricas, en el marco de las circunstancias de su tiempo; plasmadas en su accionar y obra durante la etapa chilena de su vida.

De mentalidad por excelencia reflexiva, de fuerte vocación empirista y crítica, inclinada al examen sereno de las situaciones concretas, desenvolverá entonces sus mejores virtualidades, reforzando su natural realismo para juzgar la Historia y la Política. Clásico por su contextura espiritual, acogió y sostuvo las nuevas ideas de libertad y de progreso que agitaban la conciencia burguesa, eludiendo, sí, en el pensamiento y la conducta las posiciones extremas y las formulas simplificadoras.[15]

Su revalorización de la colonia, en la fundamentación de nuestra idiosincrasia, denota una claridad conceptual en la identificación de nuestras raíces culturales, de este hombre que vivió la transición del antiguo régimen a la realidad del nacimiento de las repúblicas americanas; y que como pocos, supo distinguir este hecho, de las pasiones enconadas surgidas con motivo de las luchas por la independencia.

Supo, además, distinguir, con claridad y precisión notables, entre independencia (o emancipación española) y, la búsqueda de la libertad política interna. Lo que nos ayuda a entender esa contradicción permanente, que suele encontrarse en nuestros textos históricos, sobre la apreciación de la independencia como movimiento autóctono y el influjo de las grandes revoluciones del siglo XVIIII, en aquel mismo movimiento. Era que se perseguían dos objetivos simultáneos: la independencia, culminación de un proceso natural e histórico, y la democracia política, ideal difundido por el mundo al calor de un gran movimiento revolucionario. Una, expresa Rafael Caldera, empujo a la otra; las circunstancias coincidieron en favorable coyuntura.

En esta doble aspiración, estuvo para Bello, el error fundamental de los patriotas, en razón de que ambos ideales eran contradictorios. Taxativamente lo desarrolla en su Juicio sobre el trabajo de Lastarría, donde entre otros conceptos escribe, cito: “para la emancipación política, estaban mucho mejor preparados los americanos, que para la libertad del hogar doméstico. Se efectuaban dos movimientos a un tiempo; el uno espontáneo, el otro imitativo y exótico; embarazándose a menudo el uno al otro, en vez auxiliarse. El principio extraño producía progreso: el nativo dictaduras. Nadie amó más sinceramente la libertad que el general Bolívar; pero la naturaleza de las cosas le avasalló como a todos; para la libertad era necesaria la independencia, y el campeón de la independencia fue y debió ser un dictador. De aquí las contradicciones aparentes y necesarias de sus actos”.

Como podemos apreciar estos conceptos ponen en negro sobre blanco, con claridad meridiana, una explicación a los fenómenos posteriores al nacimiento de nuestros países como entidades autonómicas; y que en el caso de nuestro Argentina, demandaron décadas de luchas intestinas, en aras de la organización e institucionalización de la República.

En lo atinente a las formas de gobierno, la posición de Bello, frente a la discusión apasionada de ilusos teoricistas e interesados pragmatistas, sostenía una libertad progresiva, conciente de la realidad pero con voluntad política de superarla. No podemos dejar de considerar una actitud prudente, realista y conservadora, que privilegiaba la evolución a cambios radicales de resultados inciertos.

A su arribo a Chile, se vivían los últimos tiempos de aquel período que los historiadores definen como anárquico; el que superaría el régimen portaliano, ese que llamara a profundas reflexiones a Don Juan Bautista Alberdi, y que de alguna manera, a nuestro criterio, se reflejaría en su obra: el presidencialismo fuerte y la República posible.

El régimen, indudablemente era imperfecto, pero presidido por hombres de generoso patriotismo; que supieron sacar a Chile de la inestabilidad institucional política.

Bello sirvió con lealtad, con inteligencia y voluntad a ese régimen, pero fue un elemento moderador en muchos de sus lineamientos políticos, a la vez que aprovechó la estabilidad institucional y el contenido de libertad, que de suyo implicaba, para llevar a cabo su gran obra educadora y constructiva.

Su análisis de las formas de gobierno debe entenderse en ese contexto. No fue un hombre de partidos, sino de gobierno, que como defensor del orden asumió sus costos, que entendía que la realidad de su tiempo imponía, tanto liberalizar gradualmente, como el fortalecer las instituciones de gobierno; y es así, que con sus dotes de estadista y prudencia política, contribuyó al fortalecimiento de las instituciones republicanas, a la definición de objetivos políticos y de políticas, y al orden que requería la administración de las estructuras burocráticas del estado.

Sus especulaciones sobre las formas de gobierno, lo llevaron a la conclusión de que no hay forma de gobierno pura. Caldera manifiesta, cito, que: “se inclinó hacia la indiferencia sobre la organización del Estado, dando en cambio mayor importancia a las condiciones personales de los que ejercen el gobierno, cualquiera que este sea. Lo cual en aquellos tiempos de acerbo republicanismo hizo que imputaran partidismo por la monarquía, siendo que había expresado que esta no puede vivir en América”...

Es que Bello tenía muy claro que era preferible, para estos pueblos, organizarse progresivamente, partiendo de un régimen autoritario, pero sometido a normas constitucionales, en vez de oscilar violentamente entre la prédica de una teoría política y el ejercicio de una autocracia sistematizada, como lamentablemente sufrieron otros pueblos iberoamericanos.

Estos conceptos fueron vertidos detalladamente en El Araucano, en 1842, en un artículo intitulado La acción del Gobierno, que configuran un verdadero documento explicativo de su actitud política en Chile.

A modo de conclusión

La vida de nuestro autor se escinde en tres grande períodos -: Caracas, Inglaterra y Chile – si bien perfectamente diferenciados, constituyen un continuo: su formación permanente.

Tuvo una idea clara del significado de América y, que esta tenía su encarnadura en España, con lo cual supo reconciliar permanencia con innovación. Lo que le valió ser considerado, al decir de Rafael Caldera, com el cerebro y corazón de América.

Lo singular de su personalidad estaba dado por su condición de humanista y genio, con lo cual sobrepasó la medida de lo vulgar y lo mediocre.

Hay que situar su obra y acciones en el contexto de su época, en este sentido cobra especial relevancia su estadía en Inglaterra, donde también había asimilado las esencias de un conservadurismo liberal.

Sus esperanzas estaban en su Patria, para concretar en ella su experiencia, pero las condiciones de la situación interna en la Gran Colombia, desinteligencias con su dirigencia política, fundadas principalmente en las distancias, hicieron que se decidiera por Chile.

En su Patria adoptiva, contribuyó con su pensamiento y voluntad comprometidos, a su construcción política institucional. Ocupándose de temas tanto vinculados al pensamiento político como a la praxis, y dentro de esta última a asuntos relacionados a política doméstica, internacional y de administración pública.

Estamos frente a un hombre superior, que supo desarrollar los dones naturales recibidos, y que sus logros lo constituyen en uno de los intelectuales y estadistas más recordados por la Historia Hispanoamericana.

Su trayectoria demuestra lo que Rusell Kirk, definiera como una mente conservadora.

Los problemas medulares de nuestra Argentina, en clave política, se reflejan, en gran parte, en la baja calidad de sus instituciones, el pensamiento vivo de Bello, interpreto, nos marca el rumbo a seguir: la batalla a librar está en lo suprapolítico, es decir en la cultura, lo que obviamente redundará en las mejoras necesarias que requiere lo político y lo subpolítico, la economía.

En este sentido la educación juega un rol fundamental, donde la formación de las elites y la instrucción cívica de las masas conforman el objetivo a alcanzar.

Es importante recordar aquella premisa que manifestara Tomas Stearn Eliot - ese pensador que a través de su imaginación moral formara a tantas generaciones – “la cultura es algo no podemos alcanzar deliberadamente, es el producto de un conjunto de actividades más o menos armónicas, cada una de las cuales se ejerce por ella misma”,. Por lo tanto “deberíamos perseguir la mejora de la sociedad del mismo modo que buscamos nuestra mejora individual: en detalles relativamente pequeños”. .

Todo ello debemos concretarlo en dos palabras: compromiso y participación. Tarea fácil de definir pero dificil de realizar, figuras arquétipicas como la que hemos evocado esta tarde, contituye una luz que llevará claridad a nuestra inteligencia, imaginación y voluntad.



* Disertación impartida por el Dr. Carlos Piedra Buena en el Círculo Militar - Agosto de 2007 - en el marco de Ciclo de Conferencias 2007 organizada por el Instituto Argentino Chileno de Cultura.

[1] Cfr. Millán Puelles. Notas ontológicas de la existencia histórica. Pág. 33. Publicaciones del Departamento de Filosofía de la Cultura. Consejo Superior de Investigaciones Científicas. Madrid. Enero 1951.

[2] Zuleta Álvarez Enrique.

[3] Kirk Russell. Edmund Burke. Redescubriendo a un genio. Pág. 53. Ed. Ciudadela. Madrid. 2007.

[4] Zuleta Álvarez.

[5] Bello y los temas de su tiempo.

[6] Citado en estudio Preliminar

[7] Estudio preliminar Pág. 36.

[8] Introducción al Derecho Internacional de Andrés Bello (En Bello Andrés

[9] Los fundamentales pueden ser consultados además en Vila Selma José. Andrés Bello. Antología de Discursos y Escritos. Editora Nacional. Madrid. 1976.

[10] Muniaga Aguirre Roberto. Homenaje a Andrés Bello. Andrés Bello 1865-1965. Homenaje de la Facultad de Filosofía y Educación de la Universidad de Chile. Pág. 36. Santiago 1966

[11] Ibidem Caldera Rafael 28 y ss.

[12] Cfr. Caldera Rafael. Estudio Preliminar. Pág. (s) 27 y 28

[13] Russell Kirk. "The Moral imagination." Literature and Belief Vol. 1 (1981), 37–49

[14] Caldera Rafael. Pág (s) 105 y ss.

[15] González Rojas Eugenio. Andrés Bello y la Universidad de Chile. Andrés Bello 1865-1965. Homenaje de la Facultad de Filosofía y Educación de la Universidad de Chile. Pág. 10. Santiago 1966