“Un
hombre es lo que aprende a ser: esa es la condición humana.”
El tema elegido para esta disertación, que materializa mi incorporación formal a esta prestigiosa Corporación, interpreto es por demás pertinente, ya sea tanto en orden a las esencias de esta Academia, artes y ciencias, como por su actualidad meridiana.
En este último sentido, como es sabido, siempre lo ha sido desde que los
hombres comenzaron a especular sobre asuntos políticos y buen gobierno.
Necesidad de la educación política
Priorizar lo político no significa politizarlo todo - como se tiende a
entenderlo hoy por la influencia de una equivocada, reducida y pedestre
concepción de la política - sino volver a considerarla en su sentido original,
con su luminosa tradición desde los clásicos griegos, donde desde muy antiguo
ya encontramos las trazas de esa visión que acertará a sintetizar Aristóteles
con su concepto arquitectónico de la Política.[2]
Ha sido normalmente en épocas de crisis, donde las ideas políticas han
dado un salto cualitativo, y paradójicamente aquellos que las impulsaron, en
general no pudieron ver el logro de sus aportes en vida.
Nuestros tiempos, tanto en la realidad nacional como internacional, no
constituyen una excepción. Es que el tema que nos ocupa es propio del hombre,
realidad que trasciende lo espacial y lo temporal.
Días atrás, la ex Secretaria de Estado de los Estados Unidos de
Norteamérica, Condoleezza Rice[3],
ha sostenido en la Universidad del Estado de Misissippi, “que una democracia madura requiere que los ciudadanos entiendan no sólo
sus derechos individuales, sino también sus responsabilidades”. Rice enfatizó que la calidad de la educación es clave para tal concepto.
Sosteniendo además, que la democracia toma tiempos, y que democracia y libertad
no son lo mismo[4].
Explicó, además, que una democracia madura y estable no puede ser una dictadura
de las mayorías ni una fuerte explotación de las debilidades.
Como vemos los contenidos del
discurso de la doctora Rice, implican una serie de conceptos centrales para el
buen funcionamiento de lo que se ha dado en llamar la calidad de la democracia;
entre lo que destaca claramente, en relación a nuestra disertación, que la educación
es clave para alcanzar esta premisa.
¿De qué educación estamos hablando?
Responder a este interrogante, presupone
considerar tres términos íntimamente relacionados, pero conceptualmente
distintos: educación, instrucción y formación.
Sin entrar en detalles, atento a la calidad de la formación de todos y
cada uno de Ustedes y el tiempo disponible, salgamos de esta fronda, afirmando
a vuela pluma, que de la complementariedad equilibrada de las dos primeras
surge naturalmente la formación.
A modo de ejemplo, recordemos lo
sostenido por dos hombres preeminentes de la Generación del 37: Juan Bautista
Alberdi y Domingo Faustino Sarmiento; los que frente a las necesidades de la
Argentina incipiente, el primero hacía hincapié en la instrucción, mientras que
el segundo privilegiaba la educación. La armoniosa respuesta llevada a cabo por
aquellos antepasados que institucionalizaron la República, estuvo nutrida de
ambas, y su resultado se plasmó, no sólo en la formación de los dirigentes de
la Generación del Ochenta y de aquellas derivadas de la misma, sino también en
un férreo compromiso ciudadano.
De aquellos tiempos, entre otros,
dejaron testimonio Georges Clemenceau, Federico Pinedo, Carlos Ibarguren, Ramón
José Cárcano, Nicolás Repetto, Archibaldo Lanús; respectivamente, en sus “La
Argentina del Centenario”, “En
tiempos de la República”, “La
historia que he vivido” “Mis primeros
ochenta años”, “Mi paso por la
política”, “Aquel apogeo”.
Los cambios en el mundo, la sociedad
de masas - descripta con precisión por Ortega y Gasset[5]
–, la crisis de la modernidad, el despertar de las ideologías y la irrupción de
los populismos, cambiaron sensiblemente a nuestra sociedad y por ende, la
calidad política nacional.
La experiencia histórica viene demostrando que la perfección
institucional es insuficiente; lo determinante son las personas que dan vida a
esas organizaciones.[6]
Nuestra realidad nacional lo pone en evidencia.
Los dirigentes
José Luís de Imaz, hace casi cincuenta años publicaba su ya clásico “Los que mandan”[7],
donde ponía en negro sobre blanco la ausencia de una clase dirigente.
Cuando nos referimos a los dirigentes, como es
sabido, abarcamos un amplio abanico de roles, que bien podríamos aglutinar en
tres dimensiones de actuación del hombre: la política, la empresarial y la de
las organizaciones de la sociedad civil.
Cinco años antes, de que este Maestro de la sociología
argentina publicara la Obra de referencia, Pablo Lucas Verdú, expresaba, que las instituciones
tipificadas como políticas, “adquieren un
rol clave en tanto representan un ordenamiento de poder y autoridad”[8].
Teniendo en cuenta su aserción, es que,
focalizaremos nuestra atención en los dirigentes políticos; quienes en el
ejercicio de las responsabilidades propias de los cargos que ocupen – ya sea en
las instituciones políticas republicanas, como en partidos políticos –,
desarrollan básicamente las clásicas funciones de gobierno y consejo. Las que
presuponen de suyo, una serie de condiciones y capacidades en diversas
gradaciones, que van mucho más allá de la idoneidad especificada en artículo 16
de nuestra Constitución[9],
ya que este, como es sabido, está referido a igualdad jurídica, a igualdad ante
la ley, esto es, insonomía.
¿Cuáles
son entonces las capacidades y competencias requeridas a un gobernante,
administrador público, asesor y/o consejero? ¿hay necesidad de una formación
previa? ¿se requiere de un saber profesional y/o técnico? ¿se necesitan dotes
innatas o se pueden adquirir? ...
Algunas respuestas pueden ser opinables, con excepción de aquella que
nos brinda la sabiduría del pensamiento perenne.
Fulbert de Chartres - nos recordaba Russell
Kirk - decía a sus discípulos, “Somos
enanos montados sobre los hombros de los gigantes”. El gran escolástico
daba a entender que nosotros, hombres modernos – y la gente del siglo once
pensaba de sí mismo como hoy lo hacemos – inclinamos nuestra opinión hacia que
la sabiduría ha nacido con nuestra generación. Que vemos más lejos sólo por la
tremenda estatura de esos gigantes, que son nuestros ancestros, sobre cuyos
hombros estamos parados. Nuestra civilización es una inmensa continuidad y
esencia. Fulbert, el Obispo de Chartres estaba en lo cierto: si ignoramos o
despreciamos esos gigantes ancestrales, quienes nos sostienen en nuestra
moderna vanagloria, nos desplomaremos en el foso de la sinrazón.[10]
Es
por lo tanto de sentido común, darnos cuenta que la respuesta a nuestros
interrogantes, al menos en lo atinente a su esencias - distinto podría ser el
de sus accidentes, propios de la realidad circundante – la encontraremos en las
humanidades.
Claro
está que en estos tiempos de cambio e incertidumbre, en donde el hombre ha
perdido la noción de su trascendencia, el sentido común no es moneda corriente,
tal cual lo afirmaba en otras palabras Gilbert Keith Chesterton, cuando
escribió para el GK`s Weekly un espléndido artículo sobre la importancia de la
filosofía, en el que incluía esta observación: “Una sociedad está en decadencia,
definitiva o transitoria, cuando el sentido común ha llegado a ser poco común”.[11]
Pero es necesario, darnos cuenta que la única alternativa al pensamiento débil
está en las humanidades, y en ellas debemos abrevar para salir de esta aporía.
Y
en este sentido el compromiso de los intelectuales, de los universitarios es
fundamental y decisivo, porque la crisis de la sociedad, de nuestras
instituciones, es debida a la ausencia de ese testimonio, a la primacía de las
ideologías sobre el pensamiento, como los expresaran, tan claramente y desde
distintas perspectivas entre otros, Allan Bloom[12]
y Thomas Molnar.[13]
Este
compromiso no implica la participación directa de los intelectuales en la
política, tal cual lo pone en evidencia la historia de las ideas políticas,
todo lo contrario, esta ha sido la excepción.
Académicos
y políticos
En un libro de reciente publicación[14],
Mary Ann Glendon traza los puntos culminantes de la larga historia de la
relación entre intelectuales y políticos, y en su Prefacio[15],
precisa que la Historia provee pocos ejemplos de prominentes actores políticos,
quienes como Cicerón y Edmund Burke, son recordados por importantes
contribuciones al pensamiento político, tan bien como, por distinguidos
servicios públicos. En cuanto a teóricos políticos, que han incursionado en
esta arena, algunos de los más eminentes – Platón, Tocqueville, y Weber, por
ejemplo – fueron sorprendentemente inefectivos en la misma. En algunos casos,
las circunstancias fueron desfavorables; en otros, el fracaso no se debió a su
fortuna sino a ellos mismos. Las cualidades que hicieron un excelente alumno o
profesor, como Weber admitió, no siempre coincidieron con las que hicieron a
otro un efectivo actor público. La óptima coincidencia de talentos, condición
favorable, y simple suerte siempre será elusiva.
Es muy raro que el thymos y el eros de la
mente sean tan oportunamente combinados como lo fueron en Cicerón y Burke.[16]
Académicos,
a menudo, han ejercido considerable influencia sobre políticos, ya sea como
consejeros de gobernantes, o a través de sus escritos. Pero la influencia de
erudición puede ser un difícil negocio. Algunos de los más influyentes
pensadores – como fue el caso de Hobbes, Rousseau, Marx – tuvieron poca o
ninguna experiencia en el mundo de la política práctica. Además, las ideas
deducidas de sus conceptos pueden transformarse en formas sorprendentes.
Conceptos tomados de trabajos de Maquiavelo, Rosseau, Montesquieu, Lock y Marx
han tenido efectos de gran alcance sobre discursos y movimientos políticos,
pero no siempre los efectos que esos autores esperaban. De hecho, las ideas que
han migrado de la teoría a la política práctica, a menudo son meros fragmentos,
arrancados del escenario que dieron matiz y balance.[17]
Es que las ideas tiene consecuencias, como
expresara Richard Weaver[18],
un ejemplo de ello, vinculado a nuestra realidad sudamericana lo desarrolló
en profundidad Luis Alberto Herrera, al
referirse a principios del siglo XX a los procesos independentistas
sudamericanos.[19]
Las funciones de gobierno y de consejo
Saliendo de este
breve excursus, sobre la difícil
situación de dirigentes que unan el foro y la academia, y continuando con el
tema que nos ocupa – la formación del dirigente político -, se hace necesario
precisar que cuando nos referimos a esa figura, estamos pensando en aquellos
que potencialmente llevaran a cabo funciones de gobierno y/o de consejo en
instituciones políticas.
Si bien ambas
funciones difieren sensiblemente en responsabilidades, competencias y
capacidades, requieren de muchos aspectos comunes en su formación. Nos estamos
refriendo taxativamente a la educación liberal. Teniendo muy presente que no es
una exclusividad de la política, dado que los saberes derivados de la misma son
de aplicación a distintas exteriorizaciones del hombre hacia y con su entorno,
tal cual lo precisaba Antonio Millán Puelles[20],
al referirse a la función social de los saberes liberales.
El destacado
pensador español, al
referirse al saber específico del gobernante, explicitaba que la ley es también
y ante todo una enseñanza. Su valor doctrinal antecede a su carácter normativo.
En este sentido el legislador es, a su modo, un pedagogo. Alecciona y conmina a
la Ciudad; manda y enseña. Pero para enseñar hay que saber. Y esta es la razón
de que Aristóteles, al preguntarse en la Ética Nicomaquea por lo que hace idóneo al hombre para establecer leyes, y
dando como sobrentendido todo lo que afecta a las demás condiciones, fije su
atención en la necesidad de que el gobernante esté provisto de un saber
político que no se agota en la sola experiencia de los negocios públicos,
aunque tampoco debe desdeñarla.[21]
Quizás sea interesante, debido a lo
difícil de precisar, detenernos a considerar brevemente, algunos aspectos de
este rol, tan próximo al gobernante, que conocemos como consejero[22].
Ya que esta figura, en general, no es tan conocida como la del conductor
político, cuyas características y capacidades podemos ubicar o inferir, a
través de disímiles géneros literarios de la Antigüedad y del Medioevo
fundamentalmente.
El término carece, tanto en la
práctica como en los estudios políticos, de un significado bien establecido; el
mismo contiene, desde el status no oficial de muchos consejeros, y la gran
variedad de sus roles[23],
comparados con aquellos que lo son de
carácter oficial, cuyo poder ha sido bien definido por la ley y las costumbres[24].
Situaciones disímiles en sí mismo, que no facilitan su fácil comprensión, sobre
todo cuando el término es utilizado para personas activas en muy diferentes
contextos culturales desde hace tantos milenios.
A través de la más antigua literatura
y de documentos históricos, podemos ver al consejero conformando la estructura
política, tanto como el mismo rey. Los viejos mitos, escribía Bacon, muestran
la inseparable conjunción de consejo con reyes. Esta conjunción deriva de
varias necesidades de gobierno coincidiendo con una variedad de funciones
desempeñadas por los consejeros; esto es, como amigo, educador, conciencia,
ojos y oídos, ejecutor y asesor.[25]
Pueden ser multitud los que ejerzan los oficios de las ciencias, pero no
son muchos los que se distinguen porque piensan, hablan y actúan de manera
apropiada en las relaciones de la persona, la familia y la comunidad política[26].
Estos son los hombres y mujeres que se requieren para ejercer las
tradicionales funciones de gobierno y consejo. La experiencia indirecta, la que
nos transmiten los gigantes de los que hablaba el Obispo de Chautre, nos indica
que para alcanzar esta condición de prestigio moral, de carácter, que hacen a
la esencia de la idoneidad profesional, requerida por la conducción y el
consejo político, implican la necesidad de una férrea formación en los valores
y virtudes humanas.
Es esta formación, la que otorgará a aquellos que deban asumir las
funciones de gobierno y/o de consejo de la comunidad política, aquella actitud
que explicitaba Don Eulogio Palacio, esto es: la concepción moral de la
prudencia, que descansa sobre una filosofía verdadera de la vida y del hombre,
salva cuanto hay que salvar de permanencia y universalidad en los principios de
la acción humana, haciendo compatibles el ser fijo, necesario inmutable de la
ley moral y la índole contingente y temporal de nuestra vida.[27]
Indudablemente el Maestro español ratificaba una vez más, que la
eficacia del dirigente político descansa, sobre la base de la virtud par excellence del mismo: la prudencia
política, esa conjunción armónica de lo ideal y lo real, el ensamblaje del
caballero y el escudero, la síntesis de Don Quijote y Sancho.
La educación liberal
Mucho se ha escrito sobre la educación liberal o clásica, desde que el
Cardenal John Henry Newman publicara su Idea de la Universidad en 1852[28].
Interpretamos que esta es una obra central, propia para su lectura y
consideración en estos momentos de crisis y de vaciamiento de humanidades en la
enseñanza superior. Las palabras iniciales de su Prefacio, hablan por sí solo:
“El punto de vista tomado en estos discursos es el siguiente: esto es un lugar
de enseñanza del conocimiento universal. Lo que implica que su objeto es, por
un lado intelectual, no moral; y por otro es la difusión y extensión de
conocimiento más que progreso. Si su objeto fuera descubrimientos científicos y
filosóficos, no veo porque una Universidad debiera tener estudiantes; si fuera
capacitación religiosa, no veo como esto pueda ser el asiento de la literatura
y la ciencia. Tal es la Universidad en su esencia”.
La importancia de esta obra radica en su claridad y actualidad, que
desde su publicación ha servido de disparador para iniciativas de debate y
consideración, de la vigencia del estudio de las artes liberales en la
formación de la dirigencia. Un ejemplo paradigmático de lo expresado, lo
constituye la iniciativa de traducción personal de esta obra y la difusión de
sus ideas, por parte de esa figura relevante de nuestra historia política e institucional que fuera
el doctor D Indalecio Gómez.[29]
A los efectos de acercarnos a un concepto más acabado sobre la educación
liberal, adecuada a nuestros tiempos, creo pertinente seguir el discurrir de
Leo Strauss[30]
[31];
quien sostenía que la educación liberal es la educación en la cultura o parte
de la cultura, entendiendo por esta, en su sentido derivado y actual, como el
cultivo de la mente, el cuidado y mejoramiento de las facultades innatas de la
misma según su naturaleza. Que esto requiere de maestros, pero que es muy
difícil encontrarlos, y que a su vez estos son y deben ser discípulos, pero
como no puede haber una regresión infinita: en último término debe haber
maestros que no sean a su vez discípulos. Y que estos, entonces, son las
grandes mentes, hombres extremadamente difíciles de hallar. Por tanto se hace
necesario buscarlos en los libros.
La educación liberal entonces consistirá en el estudio con el cuidado
apropiado de los grandes libros que esas mentes dejaron, un estudio en que los
alumnos más experimentados ayudan a aquellos que no lo son tanto, inclusive a
los principiantes.
Para este autor no es una tarea fácil, visualizando entre los
principales escollos que: en principio, la comunidad de las mentes más grandes
está desgarrada por la discordia, e inclusive por distintos tipos de discordia;
en segundo lugar, que la educación liberal es la educación en la cultura, identificado a esta como la entiende la
tradición occidental, pero que tenemos que tener muy presente que existen otras
culturas.[32]
Siguiendo el discurrir de Strauss, nos vamos acercando por
aproximaciones a un concepto más preciso sobre esta temática, hasta expresar
que la educación liberal es un tipo de educación letrada: una educación en las
letras o través de las mismas. A partir de allí vincula a la educación liberal
con la democracia en su acepción clásica, donde la virtud tiene un lugar de
privilegio, lo que como es sabido exige sabiduría, con lo cual se supone que la
democracia es una aristocracia ampliada y universal. Para luego fijar su
atención en la democracia moderna, la que sería un gobierno de masas, de no ser
por el hecho que las masas no pueden gobernar, sino que están gobernadas por
élites.
A partir de allí se extiende en lo que se considera como cultura de
masas, la que puede adquirirse por medio de las capacidades más bajas, sin
esfuerzo intelectual o moral. Y es en este contexto donde la educación liberal
hoy, es el antídoto para la cultura de masas, para sus efectos corrosivos, para
su tendencia inherente a producir sólo especialistas, sin espíritu o visión. La
educación liberal es, entonces, la escalera por la que intentamos ascender de
la democracia de masas a la democracia en su sentido originario, es el esfuerzo
necesario para fundar una aristocracia dentro de la sociedad de masas
democrática.
En extrema síntesis, lo que Strauss está diciéndonos es que la educación
liberal, consiste en el trato constante con las mentes más grandes, es un
entrenamiento en la forma alta de la modestia, es a su vez un entrenamiento en
la audacia: nos exige una ruptura completa con el ruido, con el apuro, la
irreflexión, la vulgaridad de la feria de las Vanidades de los intelectuales
así como de sus enemigos.
Si percibimos que estas últimas consideraciones strausianas, nos llevan a conjeturar que entramos en el mundo de
las entelequias, es tiempo entonces, de recurrir nuevamente al que fuera
maestro de las paradojas, cuando afirmaba que si las cosas nos engañan es porque son más reales de lo que parecen[33].
Así lo confirma aquella anécdota que relata la visita de cortesía que efectuara
en 1939, en oportunidad de iniciar su segundo mandato presidencial, Franklin D.
Roosvelt al prestigioso Juez del Tribunal de Justicia, Oliver Wendell Holmes,
al que encontró en su despacho leyendo a Platón, y entonces le preguntó
“¿porqué lee a Platón, señor Juez?”, él respondió “Para mejorar mi mente señor
Presidente”. [34]
La educación política
Esta expresión, tal cual lo expresara, Michael Oakeshott[35] en 1975,
está pasando un momento difícil; en la intencionada y solapada corrupción del
lenguaje que caracteriza nuestra época, ha adquirido un significado siniestro.
En otros lugares - continuaba el filósofo británico, especialmente interesado,
como es sabido, por la filosofía política, la historia, la educación, la religión, y la estética – se la asocia con
el reblandecimiento de la mente, por medio de la fuerza, del alarmismo o de la
hipnosis que produce la incesante repetición de lo que apenas valdría la pena
haber dicho una sola vez, a través del cual poblaciones enteras se vieron reducidas
a la sumisión. Por lo tanto, vale la pena reconsiderar, en un momento de calma,
como deberíamos entender esta expresión
que une dos actividades loables, y, de esta manera, contribuir un poco a
rescatarla del abuso del cual ha sido objeto.
Como podemos apreciar,
este es también un concepto, que también ha sido cooptado por las ideologías
temporales reinantes, al igual que lo fueran tantos otros - como democracia,
socialismo, utopía, mito, progreso -, principalmente desde mediados del siglo
decimonónico, transformándolos en equívocos.
Si bien lo
precedentemente citado, por este brillante pensador, fue expresado en el
contexto de ese período de la Historia conocido como el de la era de las
ideologías, signado por esa forma autocrática que la humanidad nunca había
conocido, la de los totalitarismos[36], en su
etapa de la Guerra Fría; podemos afirmar que hoy, sigue siendo vigente, debido
a que nuestros tiempos están indudablemente marcados por esa forma de
pensamiento débil, tan propia de esa realidad que algunos califican de líquida,
donde el relativismo imperante descalifica lo considerado política o
históricamente incorrecto.
Situación que
interpretada, en clave política, amenaza romper el equilibrio cuasi perfecto de
los principios de libertad e igualdad que caracterizan a las democracias
republicanas, dando lugar a la irrupción de esas formas autocráticas definidas
como democracias autoritarias. Donde el concepto de educación política sigue
siendo equívoco, y una de sus acepciones estaría al servicio de las
ideologías y/o intereses reinantes.
Oakenshott hacía
referencia, a la necesidad de reconsiderar la expresión educación liberal en
calma. Esto es, interpretamos, alejarnos del ruido propio de nuestros tiempos,
de la saturación de la información cotidiana a que nos sometemos, de buscar el
silencio que nos ayude a repensar la necesidad de volver nuestra vista a la
concepción clásica de la educación política, que tanto facilitó la formación de
dirigentes de todos los tiempos, los que destacaron como gobernantes y/o
consejeros, y que fueran reconocidos como estadistas.
La educación política en la
Antigüedad clásica
Considerar la educación
política en la Antigüedad clásica, o grecorromana, excede en demasía no sólo el
tiempo disponible de esta disertación, sino su finalidad. Pero no es posible
soslayar su importancia, lo vasto de sus contenidos y sus protagonistas
relevantes.
Es por esa razón, que
sugiero vivamente, remitirse a la Obra de Ricardo Rovira Reich que he citada en
varias oportunidades. La que, en principio, resume de manera clara e
inteligente, el pensamiento de los principales filósofos políticos de la
Antigüedad clásica griega y romana, en todo aquello que puede tener aplicación
para la formación política de los ciudadanos y sus gobernantes. Es así, que
ubicándonos en la Atenas de tiempos de Pericles, vemos pasan ante nosotros las
figuras y el pensamiento vivo de Platón, Jenofonte, Isócrates, Platón y
Demóstenes; como asimismo al considerar el humanismo romano, lo hacen Cicerón,
Séneca y Tácito. Para luego, focalizar su atención en el análisis de la Obra de
Plutarco, destacando el enfoque sapiencial del queronense, que si bien es un autor pagano, que no manifiesta
ningún conocimiento sobre la existencia del naciente cristianismo de su época,
las consideraciones del buen gobernante que realiza, están muy próximas al
pensamiento de la Edad Media y a los escritos educativos renacentistas, esto
es, los Specula Principis.
Plutarco
conjuntamente con Polibio, son quienes
por primera vez establecieron la relación la distinción entre historia y
biografía[37].
Y es en este género donde aparece el erudito, el moralista, el pedagogo, el
político y el hombre interesado en el pasado, que busca conocer para poder
imitar o evitar – tanto como sus lectores – a la vez que intenta demostrar la
aplicación práctica, en vidas reales, de sus teorías éticas.
En términos generales, podríamos
afirmar que en sus Moralias asienta
las teorías, y en las Vidas Paralelas aplica y demuestra esas
teorías en la práctica. Como es sabido, estas últimas reúnen cincuenta
biografías, distribuidas en veintitrés pares - donde cada una de ellas incluye
la oposición de un personaje griego a otro romano - seguidos de una
comparación, más cuatro semblanzas individuales. Su finalidad didáctica moral, que
contiene su objetivo más específico de formación para el buen gobierno,
encuentra un instrumento adecuado en el recurso de la synkrisis.
La imaginación moral
"Es la imaginación la que gobierna la raza
humana". Ningún profesor de literatura escribió estas palabras: es un
aforismo del jefe de los grandes batallones, Napoleón Bonaparte.[38]
Russell Kirk, asevera que por medio
de la imaginación se mueven nuestras mentes, se dirigen nuestras emociones y se
forma nuestro carácter; y si la imaginación es pobre, una sociedad se degrada
así misma. Con la palabra imaginación, Kirk quiere significar: la formación de
imágenes por medio del arte, un tipo de semejanza general, una similitud, una
representación descriptiva, una exhibición de imágenes ideales a la mente, una
ilustración figurativa. Imaginación es la representación mental o la producción
de imágenes en la mente. Nuestras vidas se forman caprichosamente sobre modelos
que percibimos e imitamos.[39]
Se pueden distinguir tres tipos de imaginación[40]:
la moral, la idílica, la diabólica. La imaginación moral está conformada por los
grandes poetas éticos. La imaginación idílica responde a fantasías primitivas -
a las nociones de Rousseau por ejemplo; ella despertó las emociones radicales
de la gente joven en los años sesenta, aún cuando ellos pudieran conocer a
Rousseau por tercera mano. La imaginación diabólica ama la violencia y lo
perverso; no se necesita ir tan lejos como a Sade para encontrarla; está
presente en el D.H. Lawrence[41].
Interpretamos que los tres tipos de
imaginación, a los que se refiere Kirk, de una u otra manera, incidirán en los
hombres e impactarán en distintas gradaciones sobre cada uno de nosotros, de
nuestras sociedades y en la vida política; pero que es la imaginación moral, la
más importante para la formación política de los dirigentes.
Quien introdujo este término en el discurso político fue Edmund Burke[42],
y Lionel Trilling quien popularizó esta expresión en nuestros tiempos.[43]
Russell Kirk[44]
vio a la imaginación moral como un regalo de Platón, Virgilio y Dante; y junto
a Edmund Burke atribuyeron a la imaginación moral el poder de la percepción,
que posee valor universal y que testifica la dignidad humana.
Los líderes políticos y
educativos, igual que los escritores de ficción, acusa Kirk, carecen de
imaginación moral cuando degradan sus criterios, principios y normas.
De todo ello, podemos inferir la
importancia de este tipo de imaginación en la formación moral y del carácter
del dirigente.
La formación del dirigente
político hoy
En esta apretada síntesis, hemos
tratado de indagar acerca de la formación del dirigente, en particular la del
político, por ser el conductor natural de las instituciones que representan un ordenamiento de poder y
autoridad.
Para lo cual hemos espigado en el
pensamiento perenne, arribando a la conclusión de que la esencia de la misma
debe descansar sobre una formación- que de suyo, no difiere en sus esencias, a la de otro tipo
de dirigentes – basada en las humanidades, en las que adquiere un rol central
la filosofía, la historia, la antropología, la literatura; ya que todas ellas
le permitirán conocer la naturaleza humana y las circunstancias que enmarcan su
comportamiento.
Lo que no implica, que en su justa
medida, la idoneidad requerida al gobernante, presupone además una instrucción
en técnicas políticas y otras específicas en relación al campo particular
propio de las funciones de gobierno y consejo circunstanciales.
En este sentido, interpreto adecuado, por lo
emblemático de su mensaje, compartir con Ustedes un fragmento de un discurso,
que Alexis de Tocqueville pronunciara en 1852 en la
Academia Francesa de Ciencias Morales y Políticas, en donde reflexionando sobre
la relación entre teoría y práctica en política, afirmaba que en su juventud
había considerado a la ciencia política como la ruta para el gobernar, pero que
después de doce años en la Legislatura, se había dado cuenta que la
práctica de la política requiere diferentes cualidades que necesitan ser
estudiadas. Aún así, había aprendido a apreciar el rol de las ideas como una
poderosa fuerza política. "¿Quienes produjeron la Revolución Francesa,
sencillamente, el más grande evento en la historia? Hombres de teoría, quienes
implantaron en la mente de nuestros padres todas las semillas de la innovación
de las cuales germinaron repentinamente muchas instituciones políticas y leyes
civiles desconocidas en tiempos anteriores".[45]
Las épocas cambian, las culturas con
ellas, los valores perennes se adecuan a los mismos, en lo atinente a esas
realidades que los tiempos y los espacios geográficos demandan. Esa es la razón
de la equilibrada convivencia de universales y particulares culturales.
Recientemente se ha editado en castellano, una compilación de obras de
Max Scheler, que incluye algunos escritos suyos sobre la importancia de la
imitación de los buenos ejemplos para la vida pública.[46]Los
mismos fueron escritos en las primeras décadas del siglo XX, donde encontramos
una temática que podríamos suponer propia de nuestra actualidad, el liderazgo. Como vemos, siguiendo el
dicho popular, no hay nada nuevo bajo el sol; esta problemática estaba ya sobre
el tablero cien años atrás; aunque a fuer de ser sinceros, notamos que no es
tratada de forma trivial, como la que vemos en contenidos de verdaderos best sellers, ofrecidos masivamente en
mesas de librerías de alto consumo.
Scheler sostiene, en alguno de estos
ensayos, que el liderazgo es un tema central en la Historia, la Sociología y la
Filosofía; aunque afirma taxativamente que ser maestro y líder son dos cosas
fundamentalmente distintas, es que el Maestro de los valores quiere distinguir
y conceder mucha más importancia a los modelos que a los líderes.[47]
Es que como bien precisa Rovira
Reich[48],
penetrando en el pensamiento de Scheler a través de un aceitado diálogo con
este autor, “los modelos pueden ser ideales, intemporales, no importa sean
seres reales o míticos, lo importante es el benéfico influjo sobre nuestra
vida. En cambio los líderes deben ser necesariamente personales reales y
contemporáneas a nosotros”.
Los nuestros son tiempos de cambio,
donde la incertidumbre impera, como lo fuera en otros momentos de la Historia,
ante hechos muy fuertes que han llevado a las gentes, como a nosotros hoy, a
replantearse valores, creencias, paradigmas, teorías … las consecuencias
también han sido registradas por la historiografía. Aprendamos de las lecciones
que nos brindan la filosofía, la historia, las biografías y otros géneros
literarios, ya que nos ayudarán a encontrar el camino seguro, a través de
distintas sendas, que agrupadas bajo el nombre genérico de formación liberal o
clásica, nos harán crecer en virtudes, alimentarán nuestra imaginación moral,
dándonos así las aptitudes y herramientas necesarias para ser los buenos
gobernantes, consejeros y ciudadanos que estos tiempos de la República
imploran.
* Conferencia pronunciada por el Dr. Carlos A. Piedra Buena el 18 de Abril de 2013, con motivo de su incorporación - como Académico Correspondiente - a la Academia Provincial de Ciencias y Artes "San Isidro".
[1]Oakeshott Michael. Un espacio de aprendizaje. Nota a pie de
Pág. 34. En La voz del aprendizaje liberal. Katz. Buenos Aires. 2009.
[2]
Rovira Reich Ricardo. La educación
política en la Antigüedad Clásica. El enfoque sapiencial de Plutarco. Pág.
XVII. Biblioteca de Autores Cristianos. Universidad Nacional de Educación a
Distancia. Madrid. 2012.
[3]
Rice Condoleezza: Democracy requires
responsibility. Mississippi State University. March 26, 2013. http://www.msstate.edu/web/media/detail.php?id=5966.
[4]
Como tan bien lo explicitara Fareed Zakarias. Illiberal Democracy at Home and Abroad. W.W. Norton & Company,
Inc. New York. 2007.
[5]
Ortega y Gasset José. La rebelión de las
masas. Revista de Occidente en Alianza Editorial. Madrid. 1995
[6]
Rovira Reich Ricardo. Op. Cit. Pág. XII.
[7]
Editorial El Coloquio. Buenos Aires. 1977
[8]
Cfr. Verdú Pablo Lucas. Sobre el concepto
de institución política. Pág. 29. Revista de Estudios Políticos Nro. 108.
Noviembre-Diciembre. 1959. Instituto de Estudios Políticos de Madrid.
[9]
“La Nación Argentina no admite prerrogativas de sangre, ni de nacimiento: no
hay en ella fueros personales ni títulos de nobleza. Todos sus habitantes son
iguales ante la ley, y admisibles en los empleos sin otra condición que la
idoneidad. La igualdad es la base del impuesto y de las cargas públicas.”
[10]
Kirk Russell. Enemies of the Permanent
Things. Pág. 27 y 28. Arlington House. New Rochelle. New York. 1969.
[11]
Seco Luis Ignacio. Chesterton. Un
escritor para todos los tiempos. Biografías MC. Madrid. 1998.
[12]
The Closing of American Mind. Simon
& Schuster, Inc. New York. 1987
[13]
El utopismo. La herejía perenne.
EUDEBA. 1970.
[14]
The Forum and the Tower. How scholars and
politicians have inmagined the world, from Plato to Eleanor Roosevelt.
Oxford University Press. New York. 2011.
[15]
Ibidem. Pág. (s) XI y XII
[16]
Ibidem. Pág. 7.
[17]
Ibidem. XII.
[18] Weaver
Richard. Las ideas tienen consecuencias.
Ciudadela. Madrid. 2008.
[19]
Herrera Luis Alberto. La Revolución
Francesa y Sudamérica. Tradinco. Uruguay. 1988.
[20]
Millan Puelles Antonio. La función social
de los saberes liberales. Rialp. Madrid, 1961
[21]
Ibidem. Pág. 89 y 90.
[22]
Para lo cual seguiremos la perspectiva
teórica de Herber Goldhamer . The advicer. Elsevier North Holland, Inc. New York. 1978.
[23] Como serían los casos de Edwards House, Harry Hopkins e Indalecio Gómez
entre otros. Cfr. George Alexander and George Juliette. Woodrows Wilson and Colonel House. A Personality Study. Dover
Publications. 1964; Sherwood Robert E. Roosvelt
and Hopkins, an intímate History. Copyright. 1948. By Robert E. Sherwoods. E-book formato de libro digital ePub. Tienda Apple;
Piedra Buena Carlos A. Indalecio Gómez.
Una anamnesis de su itinerario político. En Camusso M.P.E, López I.A,
Orfali Fabre M.M. Coordinadores. Doscientos años del humanismo cristiano en la
Argentina. Educa. Buenos Aires 22012.
[24]
Un ejemplo relevante del mismo lo encontramos en Henry Kissinger durante la
gestión de Richard Nixon, ya sea como Asesor de Seguridad Nacional o como
Secretario de Estado.
[25]
Goldhamer. Op. Cit Pág. (s)
7 y 8.
[26]
Labombarda Mauro. Consejo y consejero.
Pág. 12. Ediciones Universidad del Salvador. Buenos Aires. 2010.
[27]
Palacio Eulogio. Prudencia Política.
Pág. 12. Instituto de Estudios Políticos de Madrid. Madrid. 1945.
[28]
Newman John Henry. The Idea of a
University defined and Illustrated. In Nine Discourses Delivered to the
Catholics of Dublin. E-book formato de libro digital ePub. Tienda Apple.
Publicado el 5 de Febrero de 2008.
[29]
Documento al que tuve acceso al consultar, aproximadamente hace quince años, en
el marco de una investigación sobre el Ilustre
Salteño, el Archivo personal de Don Carlos Gómez Alzaga, nieto de
Gómez, recientemente fallecido; y del
que dispongo fotocopia del manuscrito original.
[30]
Quien, al igual que Eric Voegelin, enseñó Filosofía Política, no a través de
tratados de política, sino presentando una gran interpretación de Occidente a
través de un análisis de textos clásicos. En el desarrollo de sus enseñanzas
buscaron descubrir la Verdad acerca del problema permanente del hombre o de la
naturaleza humana, que ellos entendieron en un sentido amplio como problemas
políticos. Para nuestro Autor, el tema trascendental creció de la relación de
ley y filosofía; mientras que para Voegelin, los asuntos comprometidos
surgieron de la relación del orden político y la búsqueda del orden cósmico.
Cfr. Kraynak Robert P. Strauss, Voegelin,
and Burke: A Tale of Three Conservatives. Pág. (s) 24 y ss. En Modern Age. A Quartely Review.
Intercollegiate Studies Institute. Volume 53, Nro.4. Fall 2011.
[31]
Strauss Leo. ¿Qué es la educación
liberal? Pág. (s) 13 a 21. En
Liberalismo antiguo y moderno. Editorial Katz. Buenos Aires. 2007
[32]
En este sentido, creemos pertinente hacer referencia a que Strauss, considera
aquí, de manera cuasi implícita, esa problemática de nuestro tiempo que es la
del relativismo, cuando hace se refiere a aquellas especulaciones acerca de la
cultura, desde posiciones que se refieren a ella ya no como un absoluto, sino
que se ha vuelto relativa, lo que da lugar a una serie de culturas, como por
ejemplo la urbana, con lo cual se interpretaría como cultura a todo patrón de
conducta propio de un grupo humano.
[33] Chesterton
Gilbert. Santo Tomás de Aquino.
Ediciones Lohle Lumen. Buenso Aires. 1996.
[34] Drinker
Bowen Catherine. Yankee from Olympus:
Justice Holmes and His Family. Pág. 414. Boston Little Brown. 1944. Citado
en Glendon. Op. Cit. Pág. 188
[35]
Oakeshott. La educación política. Pág. 183. En Op. Cit
[36]
Que tan bien describiera Hannah Arendt en su Los orígenes del totalitarismo. Alianza editorial. Madrid.
2006.
[37]
Resulta interesante e instructivo, recordar que antes del Queronense, existía un género próximo a este último, como era la
literatura de encomio. Quizás los
primeros encomios conocidos fueron el Evágoras
de Isócrates, y el Agesilao de
Jenofonte. Pero no es el género al que pertenecen las Vidas plutarqueas. En el encomio se tiende a la idealización del
personaje y afijarse solamente en sus rasgos positivos, así como en su
contrario – el vituperio – se centra exclusivamente en lo negativo. En la
biografía se atiende, a la vez, a lo positivo y a lo negativo, así como al
entorno social, cultural, histórico, etc. Por lo tanto la producción biográfica
de Plutarco, se sitúa fuera de de lo historiográfico y de la literatura
encomiástica, a pesar de su proximidad con ambas. Cfr. Rovira Reich Ricardo. Op.
Cit. Pág. 152.
[38] Kirk
Russell. Perishing for want of Imagery. Modern Age. A Quarterly Review. Pág. 9. Winter 1976, Vol. 20, Nro 1.
[39] Ibidem.
Pág. 10-
[40] Ibidem.
Pág. (s) 18 y 19.
[41] Se refiere
aquí al controvertido escritor inglés David Herbert Richards Lawrence, autor,
entre otras novelas de El amante de Lady
Chatterley e Hijos y amantes.
[42]
Esta frase aparece en un pasaje de sus Reflexiones
sobre la Revolución Francesa en que describe la destrucción de las
civilizadas costumbres por los revolucionarios.
[43]
Himmelfarb Gertrude. The Moral
imaginations. From Edmund Burke to Lionel Trilling. Pág. IX. Ivan R. Dee.
Chicago. 2006. Esta distinguida historiadora, explora en esta Obra la vida y
las mentes de los más brillantes y provocativos pensadores de los tiempos
modernos: Edmund Burke, John Stuart Mill, Benjamin Disraeli y Wiston Churchill,
Jane Austen y George Eliot, Charles Dickens y John Buchan, Walter Bagheot y los
hermanos Knox, Michael Oakeshott y Lionel Trilling. La autora sostiene que
ellos ejemplifican lo que Burke – doscientos años atrás – y Trilling - más
recientemente – han llamado imaginación moral.
[44]
Panichas George A. Editor. The moral
imagination. In Essential Russell
Kirk. Selected Essays. Pág.
205ss. ISI. Books. Wilmington, Delaware. 2007.
[45] Gendon.
Op. Cit. Pág. 166.
[46] Scheler Amor y conocimiento y otros escritos. Ediciones
Palabra, Madrid. 2010
[47] Modelos y líderes. En op. Cit. Pág.(s)
236-237.
[48] Rovira
Reich. Op. Cit. Pág. 156-